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La raza humana, claro

Uno de los recuerdos más vivos de mi niñez es el de haber escuchado por la radio el segundo combate de boxeo entre el norteamericano negro Joe Louis y el peso pesado alemán Max Schmeling. Schmeling había dejado fuera de combate a Louis en el primer asalto, y la prensa nazi habló con elocuencia de la superioridad innata de la raza blanca. En el combate de vuelta, Louis dejó fuera de combate a Schmeling, en el primer asalto, si no me falla la memoria. El árbitro puso el micrófono ante el vencedor y le preguntó emocionado: "Bueno, Joe, ¿te sientes orgulloso de tu raza esta noche?", y Louis contestó con su deje sureño: "Sí, estoy orgulloso de mi raza, la raza humana, claro".En este artículo quisiera hablar directamente del racismo endémico de mis amigos europeos, no del racismo de los Le Pen y de los neonazis, sino del racismo de los europeos cultos y progresistas que he conocido. Es un racismo light, por tomar prestado el adjetivo de los anuncios de cigarrillos y de Coca-Cola, y hasta que no estallaron las guerras étnicas en la antigua URSS y en la antigua Yugoslavia no lo tomé muy en serio. Pero si hubiera llevado un registro de todos los comentarios con tintes racistas que se me hicieron durante mi época de estudiante en Francia, y más tarde como becario y luego residente en España, podría escribir una antología de varios volúmenes. Me limitaré, sin embargo, a ilustrar mi punto de vista con varios ejemplos tomados en sucesión cronológica desde 1950 hasta la fecha.

Entre las primeras personas que me ayudaron cuando era un licenciado universitario en 1950 se encuentran los miembros de la delegación vasca en París. Del modo más afectuoso me informaron de que la estructura de mi cráneo y de mis pómulos indicaba claramente una ascendencia vasca. Al principio pensé que era una broma. Cuando quedó claro que hablaban en serio, les dije que yo era un mestizo irlandés-alemán-judío-eslavo y que cualquier observación seudoantropológica me hacía sentirme incómodo. Después de lo cual me explicaron que la extraordinaria supervivencia de los rasgos físicos y psicológicos de los vascos no tenía nada de seudo.

Cuando éramos estudiantes de la Universidad de Toulouse, mi esposa y yo vivíamos en una pensión regentada por dos hermanas solteras. Un día, durante una 'conversación acerca de la ocupación alemana, dijeron que por desgracia los judíos eran personas en las que no se podía confiar para los negocios. Mi esposa, que, no es judía y, por tanto, no está inmunizada por la experiencia contra este tipo de infundios, rompió a llorar, ante lo cual las señoras aclararon que lo que en realidad habían querido decir era que los judíos eran extremadamente inteligentes, que de hecho admiraban a los judíos, etcétera. Después de este incidente, se desvivieron por ser especialmente amables con nosotros y, cuando se enteraron de que yo iba a ir a España, solo, para recopilar material de investigación, inmediatamente me advirtieron: "Ay, esos españoles son gente salvaje, ¿es que no lo sabe?", e intentaron convencer a Elizabeth de que me disuadiera de ir.

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Uno de nuestros compañeros de pensión era un ingeniero alsaciano cuya forma de conversación favorita a la hora de la comida era tomarles el pelo a las hermanas con las supuestas diferencias que existen entre los pueblos latinos y los germánicos. Como les sucedía a muchos franceses, a las señoras no les gustaba que las llamaran latinas (un adjetivo reservado a las razas menores, como los italianos, españoles y portugueses). El ingeniero, ignorando la recatada queja de las señoras acerca de su vocabulario, prosiguió diciendo que, en el Sur, la gente hacía poco caso de la higiene y le daba igual que sus perros hicieran sus necesidades en la acera, mientras que en Estrasburgo y Nancy se podía andar por la calle sin tener que preocuparse por los excrementos caninos. Entretanto, en la universidad nos invitaban con frecuencia a ir de excursión con la Jeunesse Progressiste, una organización de estudiantes por lo general prosoviéticos, pero no dogmáticos. Cuando les preguntamos si no temían la posibilidad de que se llevara a cabo una depuración de tipo estalinista si los comunistas se hacían con el poder en Francia, prorrumpieron en discusiones abstrusas sobre cómo los franceses habían sido durante siglos un pueblo civilizado y que la sed de sangre de los orientales nunca sería un elemento de la política francesa. Tanto las hermanas como él ingeniero y los jóvenes progresistas eran personas con una educación universitaria.

En Madrid me tocó oír repetidas veces que los gallegos son muy taimados, que los aragoneses son increíblemente cabezotas, que los vascos son muy primarios, que los catalanes son muy peseteros, que los andaluces en realidad no son más que africanos (cualquiera que sea el significado que se le atribuya a este último adjetivo). Cuando una abogada socialista con un cargo bastante importante en un ministerio se enteró de que yo estaba a punto de trasladarme a Barcelona, me llevó aparte para advertirme que las mujeres catalanas son "muy, muy mandonas". En lo que respecta a la propia Cataluña, tengo una pareja de buenos amigos, universitarios los dos, que se lamentan de que uno de sus hijos se haya casado con una castellana; y conozco a otra pareja, la mayoría de cuyos amigos vota al PSC o a Iniciativa per Catalunya, que me ha asegurado solemnemente que siempre pueden reconocer a un gitano. Mi comentario de que ha habido gente que alguna vez me ha dicho que siempre puede reconocer a un judío -obviamente, sin darse cuenta de que estaban hablando con uno- no sirvió para sacarles de su convicción.

La mayoría de las expresiones que se emplean para caracterizar a todo un pueblo tienen connotaciones negativas, aunque la gente culta las suaviza utilizando un tono humorístico. Pero la casi absoluta omnipresencia de los estereotipos negativos también ha dado origen a una contracorriente entre la gente sensible de la extrema izquierda, a quienes he oído hablar de los pueblos martirizados como los gitanos, los palestinos y los habitantes de Bangladesh como si fueran más amables, más honrados y formales, etcétera, que los pueblos a quienes se acusa de explotarles.

Hasta hace muy poco, mi reacción habitual ante este tipo de comentarios había sido la de expresar la opinión de que los rasgos del carácter atañen a los individuos y que cuanto más se aplican de manera generalizada a colectivos de personas, más inexactos resultan. Al mismo tiempo, como soy consciente de que la mayoría de estas observaciones se hacían en tono de broma, con el deseo de ilustrar la variedad y la idiosincrasia de la multitud de pueblos que habitan el continente, no era mi intención hacer que el asunto pareciera más serio de lo que mis interlocutores, con su estilo light, pretendían que fuera.

Pero, al leer acerca de Yugoslavia, Moldavia, Georgia, Armenia, etcétera, he empezado a pensar más en serio acerca del racismo light. En el caso de Yugoslavia, las poblaciones católica-romana, ortodoxa-serbia, judía y musulmana han coexistido durante más de medio milenio. Resulta revelador

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el que cuando los serbios o los croatas tratan de justificar su limpieza étnica no puedan señalar crímenes colectivos concretos de los otros pueblos y tengan que hacer alusión a los derechos históricos relativos a cosas que sucedieron hace 500 años, acontecimientos cuyos hechos están frecuentemente rodeados de gran incertidumbre.

¿Cómo pueden estas razones justificar la guerra civil entre poblaciones que han compartido las mismas calles, negocios, profesiones y nivel de vida durante siglos? Si no has tenido ocasión de conocer a tu vecino fuera de un contexto laboral u oficial, si te casas y te bautizas en iglesias diferentes, entierras a tus muertos en un cementerio distinto, preparas la comida de forma diferente, tienes días de ayuno y días festivos diferentes, cuando estalla una crisis política o económica, de repente te invaden las dudas sobre ese vecino al que nunca has conocido íntimamente. Te acuerdas de los tópicos, de los refranes populares, de la basura acumulada de leyendas seudohistóricas, cierras filas con los de tu clase y llegas a matar a los que son diferentes.

A la luz de los hechos que están teniendo lugar en Yugoslavia y en la antigua URSS, creo que debemos tomamos en serio el racismo light que he descrito en los párrafos anteriores. Es el humor espontáneo o el complejo de superioridad inconsciente por parte de las élites europeas cultas lo que proporciona la base cultural para el racismo primitivo de los menos cultos. No existirá una Europa verdaderamente unida ni cualquier otra gran región que reúna una variedad de culturas históricas hasta que todos aprendamos la lección de Joe Louis: "La raza humana, claro".

Gabriel Jackson es historiador.

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