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Tribuna
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'Urnólatra'

Un lector procubano, enfadado por un artículo mío contra Castro, me escribió acusándome de ser una urnólatra, queriendo indicar con ello que servidora, obsesionada con las pejiguerías democráticas, no entendía la grandeza de algunas dictaduras. Miedo me dio ese epíteto, en un momento en el que salen bocas hasta de debajo de las piedras susurrando, como si fuera nueva, esa canción tan vieja del menosprecio hacia la democracia.Y no es que las democracias sean necesariamente el paraíso: de hecho, suelen guardar en su interior bolsas de miseria y varios infiernos. Pero aun así, digamos de una maldita vez la tópica frase, es verdad que es el sistema menos malo, la mejor herramienta de defensa que conocemos ante el poder. Porque al multiplicar los centros de decisión y la transparencia dificultamos ese abuso al que tienden inexorablemente todos los poderosos. Y además la democracia nos enseña a disentir sin degollarnos, lo cual es un alivio.

Eso sí, es necesario mejorar el sistema. El ciudadano cuenta poco en estas sociedades tan complejas, y los Estados modernos, gigantescos y lejanos, ya no sirven de mucho. Ahora dicen los neoliberales, con dulce embeleso, que es el mercado el que ha de sustituir a los Estados: no se dan cuenta de que su modelo también se ha terminado y que si los 1.300 millones de chinos quisieran tener todos su nevera, la capa de ozono se haría trizas. Por eso yo creo que entre los furibundos antiurnólatras y los neoliberales furibundos hay un espacio para profundizar la democracia y potenciar nuevas formas de participación: a través de asociaciones de distrito, por ejemplo. Esta sí que sería una nueva canción, y no esa tan antigua del totalitarismo, que ya cantaron, con colmillos ensangrentados, las juventudes hitlerianas, el camarada Stalin y otras hienas.

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