iEse Curro...!
Moura Romero, Camino, Luguillano
Cinco toros de Joao Antonio Romao de Moura (uno fue devuelto por inválido), bien presentados, inválidos, de escaso juego excepto 3º, cinqueño, muy encastado, y 4º muy noble. 6º sobrero de Couto de Fornilhos, cinqueño, con trapío, que desarrolló sentido. Curro Romero: dos pinchazos hondos y descabello (silencio); pinchazo hondo y estocada corta saliendo volteado (oreja con algunos pitos y, terminada la vuelta al ruedo, gran ovación y salida al tercio). Rafael Camino: pinchazo y estocada (silencio); pinchazo bajo, otro hondo trasero tendido caído perdiendo la muleta y dos descabellos (silencio). David Luguillano: pinchazo y media estocada baja perdiendo la muleta (ovación con algunos pitos y saludos); pinchazo y bajonazo descarado perdiendo la muleta (aplausos).
Curro Romero fue despedido con gran ovación y palmas por bulerías.
Plaza de Las Ventas, 2 de octubre. Tercera corrida de feria. Lleno.
Eso es torear. Tres minutos después de iniciada su faena al cuarto toro, Curro Romero ya había hecho todo el toreo. Tres minutos después de iniciada su faena, ya había dado más variedad de pases que cuantos se hayan podido ver en la temporada. Y eso, precisamente eso, es torear. La tarde entera, el año taurino íntegro, desde Valdemorillo a la feria presente, una década ya viendo cómo los toreros prologan sus faenas doblando por bajo a los toros -siempre igual, cada día la misma cantinela-, allá penas si son pregonaos o boyantes, tienen poder o quedaron moribundos, y allí estaba ese Curro impredecible y único haciéndose presente en el tercio para dictar una de las más importantes y más esclarecedoras lecciones que se hayan dado en la historia de la tauromaquia contemporánea.El primer muletazo al torito noble fue un estatuario, seguido de dos ayudados por alto cargando la suerte, un cambio de mano, y, de ahí en adelante, ya todo sería una explosión de técnica y de inspiración toreras en ese Curro incombustible, y en los abarrotados tendidos, el asombro y el clamor. Los pases se iban sucediendo sin pausas, sin dudas y sin reiteraciones, andándole al toro hasta los medios con la trincherilla, el pase de la firma, el molinete, el redondo... Y, despué, sin solución de continuidad, el toreo al natural.
Eso es torear al natural. Así se cita al toro, sin necesidad de que lo anuncien fanfarrias; ni de avisar al orbe que esté atento y se disponga a aplaudir, y se pasme, porque uno va a torear al natural; ni de hacer dengues o contonear jacarandas; ni de ponerles un fax a los de la andanada comunicándoles la buena nueva. Apenas rematado el pase en re dondo ya tenía Curro la muleta en la izquierda, ya le estaba cargando la suerte al toro, ya le templaba el viaje, ya lo llevaba embebido en las bambas de la pañosa chiquita, y ya ligaba el natural, y otro, y otro, hasta abrochar la serie por alto, por bajo, con el de pecho, con el trincherazo, con el kikirikí, con el ayudado rodilla en tierra.
Dos tandas de naturales ejecutó Curro Romero y las dos desde la naturalidad. De ahí le viene el nombre a esta suerte, que es la fundamental del toreo: natural. Sin cadereos ni ringorrangos; sin poner posturas cañís, como acostumbran los pegapases cada vez que aciertan a sacar dos medias rabanadas seguidas, y a eso lo llaman por ahí profesionalidad o arte. Incluso en el desplante fue natural Curro: una breve parada frente al toro vencido, una mirada de soslayo, y se distanciaba un poco para tomarse un respiro y marcar un tiempo en la creación del arte.
En solo tres minutos (la faena entera no duró ni cinco) ya había dictado su lección de toreo completo (incluidos apéndices, notas marginales y bibliografía recomendada) y ya tenía la plaza revuelta ése Curro genial y cumbre. Cuadró, se echó fuera a cambio de cobrar un pinchazo hondo, se encunó en el siguiente intento y entonces el toro no le perdonó. Cuando pretendía escapar del embroque, le enganchó por el muslo y le pegó un volteretón terrible. Cayó Curro sobre el cuello y quedó conmocionado en la arena. De súbito se agolparon en las mentes todos los negros presagios, todos los recuerdos recientes de los infortunados Julio Robles y Nimeño, porque el torero, tumbado boca arriba y a merced del toro, se había quedado yerto.
Hubo milagro
Acudieron presurosas al quite las cuadrillas, y mientras las asistencias se llevaban a Curro a la enfermería, dobló el toro. El público pidió la oreja, que concedió el presidente, y el banderillero Guillermo de Alba emprendió con ella la vuelta al ruedo. Apenas llevaba recorrido un cuarto de redondel y aconteció lo inesperado: apareció en la arena Curro Romero, que bajaba de los cielos. Hubo de ser un milagro: ¡no tenía nada! Nada, salvo el golpe. Pero los golpes no les duelen a los toreros buenos si es el precio que han de pagar por un triunfo memorable en Madrid. Y Curro, nimbado de gloria, resucitado e Ileso, tomó la oreja recién ganada, miró en torno, engalló el cuerpo, y anduvo. Ruedo adelante anduvo, complacido, firme y visiblemente emocionado, en medio de un clamor. Parecía imposible, después de aquel trastazo morrocotudo que acababa de sufrir. Seguramente no lo llevaron a la enfermería sino a Lourdes.
Curro había merodeado derechazos a su primer toro, sin pisar terrenos comprometidos. Recibió por verónicas al cuarto y las mejoró en el quite, que resultó torerísimo. Y con esos detalles se habría confirmado la afición, que estaba de su parte, deseando aplaudir cualquier manifestación de buena voluntad que hiciera, y no iba a exigirle heroicidades, a estas alturas de la vida. Rafael Camino, que salió a torear enfermo, se mostró voluntarioso con un lote deslucido. Y David Luguillano, valentísimo con los dos toros más difíciles de la tarde.
La corrida, en conjunto, mereció la pena, aunque pudo ser una de tantas. Pero no fue una de tantas. Fue un hito en la historia contemporánea de la fiesta. Algunos espectadores pitaron a Curro durante la triunfal vuelta al ruedo porque en su faena de muleta había tenido enganchones, e hicieron bien en pitar si eso no les gustó.
Otros, sin embargo, le pitaban por un estrafalario dogmatismo. Es lógico: los pegapases, infatigables en su pertinaz pegapasismo, les han hecho creer que las faenas han de consistir en 400 derechazos y un natural, y lo que había hecho Curro no se parecía en nada a semejante modelo. Dios bendiga a Curro por no haber caído en la tentación de convertirse en un pegapases derechacista nunca jamás en su vida. Y por haber enseñado al mundo lo que es torear. Ese Curro, exclusivo e imperecedero, repite otra igual, y sube a los altares.
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