Sencillamente aburrida
"¡Gastamos fortunas en asesores históricos!", se quejaba el bueno de Cecil B. de Mille cuando alguien denunciaba los desaguisados perpetrados por el cineasta en nombre de la Hi toria con mayúsculas. Y es bien sabido que tanto lo uno como lo otro eran verdad: De Mille (su productora) gastaba el dinero con generosidad en asesores, y su visión de la Historia era, cuando menos, ridícula... lo cual no es óbice para que algunas de sus películas históricas sean hoy todavía gozosos es pectáculos en imágenes. La clave está en otra parte: en hacer verosímiles, es decir, legitimados ante el espectador, los hechos que se narran, una operación que requiere del oficio de los numerosos responsables que la máquina cine precisa para dar consistencia a cualquier argumento. Lo que en términos del cine convencional implica, lisa y llanamente, la introducción de una lógica distinta a la del discurso histórico: la lógica del espectáculo, del género, del fuego del héroe y del villano.Es lo que pretende este Cristóbal Colón, el menos favorecido por la campaña de prensa que desató la existencia de dos proyectos conmemorativos del V Centenario. El filme muestra a un Colón obstinado en que nadie le arrebate una gloria que cree segura, y que se comporta, no obstante, con la insultante y despreocupada alegría del héroe de filme de aventuras que éste pretende ser: un cruce entre la sonrisa estereotipada de Errol Flynn y la astucia sibilina que Bertold Brecht quiso para su Galileo. Un hombre lisonjero con el poder porque sabe que lo necesita para ingresar en el libro grande de la Historia. Pero que tampoco pierde de vista lo que considera su misión.
Cristóbal Colón: el Descubrimiento
Dirección: John Glen. Guión: John Briley, Cary Bates y Mario Puzo. Fotografía: Alec Mills y Arthur Wooster. Música: Cliff Eidelman. Producción: Alexander e llya Salkind. Estados Unidos-España, 1992. Intérpretes: Marlon Brando, Tom Selleck, George Corraface, Rachel Ward, Robert Davi, Manuel de Blas. Estreno en Madrid: Coliseum, Benlliure, Juan de Austria, Novedades, Aluche.
La acción abarca desde seis años antes del encuentro trascendental entre los Reyes Católicos y su futuro almirante hasta el regreso de Colón de su triunfal primer viaje. Pretende, resumir, en una síntesis histórica tan apretada como insuficiente, las convulsiones sociales, políticas y guerreras que llevaron a la expulsión de los judios, a la conquista de Granada y al apoyo real para el "descubrimiento" de América. Todo ello en un digest que responde al clásico esquema narrativo de Propp: un héroe; un villano, que, como Tomás de Torquemada, es más un símbolo que un personaje histórico (otra cosa es que Marlon Brando, reclamo publicitario del filme, sea sólo una máscara lamentable, como muy bien señaló la crítica americana); un destinador de la tarea (la siempre risueña Isabel); unos ayudantes y una gratificación final: nada menos que la consecución de un sueno.
La forma elegida para resolver esta trama, ya está dicho, es la del género, variante aventuras. No de otra forma se puede ver una película que contiene un vistoso duelo a espada a los tres minutos, o que dibuja a sus personajes con el trazo grueso del estereotipo más común al género; en este sentido, la presentación del malvado Torquemada en su "lugar de trabajo" es sencillamente desopilante. El problema es que el propio tozudo corsé de los hechos conocidos invalida la estructura habitual de los filmes del género, de forma que, privada de una acción en catarata que introduzca al espectador en el más puro entretenimiento, la película se hace lenta, tediosa y aburrida.
Algo de profunda ironía histórica tiene el hecho de que este filme, de rutinaria realización, de flojo guión y que contiene las elipsis más toscamente ejecutadas que se hayan visto en tiempo, aparezca bajo el emblema patrocinador del V Centenario. Es decir, que quede para la posteridad como uno de los buques insignia del fasto celebratorio. Es como si la superficialidad de consumo de la cultura de masas americana le ganase la partida al análisis histórico, al rigor en la puesta en escena, a la superación del más insustancial cine comercial, virtudes todas ellas identificadas con el cine europeo clásico. ¿Responderá el Colón de Riley Scott a similares planteamientos?
Babelia
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