Resaca en Cataluña
EL DEBATE anual que concluyó ayer en el Parlamento catalán fue una exhibición, tanto a cargo del Gobierno nacionalista de Jordi Pujol como de la oposición, de la resaca posolímpica. Tedioso y carente de ideas nuevas, resaltó por el contraste con la vivacidad con que la sociedad y la misma clase política catalana protagonizaron durante los últimos meses los juegos de Barcelona.Seguramente, el evento olímpico ha sido el proyecto más importante que Cataluña ha tenido entre sus manos en bastantes años, y una de sus más decisivas aportaciones al conjunto de la vida pública española. Si debe quedar una referencia sólida y útil del llamado modelo Barcelona desplegado en torno a la cita olímpica, ésa es un esquema de trabajo: un proyecto movilizador de una sociedad; una colaboración, aunque no exenta de tensiones, entre las distintas administraciones, y la persecución de unos efectos tangibles, tanto para la reconversión y modernización territorial (en este caso, de la capital catalana) como para el conjunto del país. Todo ello evitando despilfarros.
Era esperable, pues, que el presidente de la Generalitat y sus opositores hubieran desgranado sus conclusiones sobre cómo digerir la apuesta olímpica, y, especialmente, sobre cómo exportarla. El envite no debía ser otro que hacer con Cataluña algo similar a lo que se ha hecho con Barcelona. Y ante él, tanto Jordi Pujol como su principal oponente, el socialista Raimon Obiols, apenas realizaron una faena de aliño, eso sí, con plena autosatisfacción: el primero ni siquiera apalabró con los socialistas la continuidad del espíritu del 92, entendido como colaboración institucional; el segundo ofreció unas recetas bienintencionadas, pero muy vagas, sobre este asunto. Su sugestiva referencia a un "plan estratégico" que concrete el interesante horizonte para el año 2000 que Pujol había dibujado quedó en mero apunte.
Para mayor letargo, tampoco se abordaron cuestiones candentes, como la reciente decisión de Pujol de crear un Comisionado de Actuaciones Exteriores. Una decisión significativa que ha suscitado un burocrático intercambio de pareceres: el PP y el aparato del PSOE (por boca de Benegas) lo tacharon de inconstitucional; los nacionalistas lo justificaron como la simple gestión de los efectos exteriores de la actividad que ya realiza la Generalitat y su presidente (que lo es también de las regiones europeas, con apoyo del PSOE), y el Ministerio de Exteriores y el socialismo catalán le dieron el visto bueno, en la expectativa de que no se vulnerará el marco constitucional.
Pues ahí había una interesante discusión sobre la profundización autonómica y el despliegue competencial: el hecho de que diferentes universidades, distintos ayuntamientos y alguna otra autonomía -caso de Aragón, gobernado por los populares- tengan desde hace tiempo organismos y responsables de cuestiones internacionales, en modo alguno contradice la competencia exclusiva del Estado en las relaciones internacionales; en todo caso, la matiza y la completa. ¿Debía aplicarse un criterio distinto a la Generalitat, como quieren algunos neocentralistas? Del mismo modo, las competencias autonómicas exclusivas en materia cultural, por ejemplo, ¿deben implicar la supresión del Ministerio de Cultura, como quieren los nacionalistas que olvidan la necesaria coordinación en la proyección exteior de la cultura hispánica? Se trata de interesantes cuestiones que revelan el carácter relativo y complejo de la taxonomía competencial y la necesidad de la cooperación institucional. Cuestiones jurídicas y políticas que merecían un debate, hurtado al Parlamento.
Por lo demás, los intentos de Rafael Ribó (Iniciativa per Catalunya) de descender a la discusión concreta de política industrial o de vivienda no encontraron eco y apenas se discutió sobre las perspectivas presupuestarias, salvo en la reivindicación unánime de la corresponsabilidad fiscal (15% del IRPF, ya comprometido por el Gobierno, pero retrasado); en esos asuntos, muy vivos en el debate Cotidiano catalán, se podrían haber avanzado fórmulas de interés para toda España. Pero no hubo nada. Alguna incursión de Pujol sobre eventuales radicalizaciones nacionalistas si la autonomía no avanza o sobre su inestable apoyo al Gobierno socialista, y los solitarios lamentos independentistas de Ángel Colom (Esquerra), adornaron tanto vacío. Si Cataluña quiere proseguir desempeñando su papel de motor en la profundización autonómica de España, debe despertar con urgencia de la resaca posolímpica.
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