El corte de digestión de la unión europea
La crisis económica y los problemas de política interna enturbian el futuro de la CE
La crisis económica ha trocado en recelos el entusiasmo por la unión europea. Europa sufre un corte de digestión del Tratado de Maastricht, antes visto como un paso necesario y ahora con ribetes de ajuste duro o de sacrificio de la soberanía nacional ante el poder de Bruselas. En juego están la moneda única, el origen de la unión política de los Doce y una Comunidad Europea más poderosa. Pero en la cesta de la unión europea se han metido las manzanas de la política interna.Los jefes de Estado y de Gobierno de los Doce, la mayoría de los líderes políticos de Europa, están comprometidos en el proyecto y un rechazo del tratado podría querer significar la hora del gran recambio, la tentación del voto de castigo.
En España el debate de fondo es más simple porque la integración europea es percibida como el camino para conseguir el bienestar, que ni Maastricht ni nadie garantiza. Sólo en los sindicatos y dentro de Izquierda Unida Maastricht ha provocado una línea divisoria sobre los males o los beneficios del ajuste económico que impone la construcción europea. La crisis es culpable de que la moneda única se presente ahora como un nuevo apretón de cinturón, cuando en el esplendor económico vivido entre 1986 y 1990, años de fabricación del mercado único, sería, sentida como ajuste fino.
La obsesión de Felipe González por el modelo económico alemán puede rozar la utopía, aunque sirve de catalizador al Gobierno para formular el segundo reto modernizador de España. El primero fue el ingreso en la Comunidad, que se tradujo en un ciclo expansivo, protagonizado por las inversiones extranjeras y la ebullición especulativa en tomo a un país entonces barato. Fruto del tirón comunitario, de la estabilidad política y económica adquirida por pertenecer al club Europa, entre 1986 y 1990 nuestro país logró reducir en cinco puntos la distancia de riqueza hasta situarse casi en el 80% de la media de la CE.
Ahora se pretende aprovechar el nuevo reto de la moneda única para situar el país en condiciones de competir con los socios comunitarios más fuertes, y tanto Felipe González como el ministro de Economía, Carlos Solchaga, han insistido en la dureza de una convergencia económica indispensable. La conquista del bienestar es el catalizador español, pero para Francia y Alemania son psicológicamente más importantes la estabilidad y la paz que ha aportado la CE. Después de los 8 millones de muertos de la Primera Guerra Mundial y de los 40 millones de la segunda, ningún conflicto ha salpicado Europa. Occidental. El no a Maastricht abre la amenaza de parálisis comunitaria y una vuelta a los intereses nacionales cuando el estallido nacionalista en el Este puede provocar una nueva competencia dentro de los Doce.
A Maastricht se le achacan la reforma agraria, el conflicto de la patata, la reconversión de los aduaneros o la presión inmigratoria que sufre la CE desde el Este y el Sur, pero ninguno de estos problemas le pertenece. Los más europeístas lamentan que en la negociación cayera el "objetivo federal" (veto británico), la mayoría cualificada en todas las decisiones (sólo defendida por Francia y Bélgica), una auténtica política común de defensa (oposición del Reino Unido, Holanda, Portugal y Dinamarca), el impuesto comunitario progresivo (España se quedó sola) o un Parlamento Europeo con verdadero poder legislativo (aspiración alemana). Pero la historia de la CE demuestra que sólo se consigue lo posible.
Con el tratado de Maastricht, Europa parece tener un objetivo imperfecto. Contra los argumentos a la defensiva de la minoría federalista se alza la radical oposición del grupo de quienes quieren ver en la CE el principio del fin de los Estados nacionales. El grueso de los ciudadanos asiste confuso al fuego cruzado sobre una Comunidad acaso difícilmente comprensible, pero que todavía es valorada como positiva por el 65% de los europeos y como algo negativo por el 10%.
¿Referéndum para todos ?
La CE tiene escasa tradición referendaria, sólo limitada a Dinamarca e Irlanda por imposición constitucional. En los restantes países miembros el Tratado de Roma, el Acta única o el ingreso de España y Portugal fue ratificado por los parlamentos. Igual iba a suceder con el Tratado de Maastricht, pero el no danés el pasado 2 de junio llevó al presidente francés, François Mitterrand, a intentar una pirueta. Confiado en el europeísmo de los franceses, convocó la consulta para intentar a la vez recomponer su imagen y la del partido socialista. Esta segunda intención ha sido el principal abono del no.
Europa se debate entre el sí y el no al Tratado de Maastricht y, olvidándose del rechazo danés, ha fijado la hora de la verdad para el próximo día 20 en el que se pronunciarán en referéndum los franceses. Sin Dinamarca, afirman los políticos, todavía se puede intentar seguir adelante, pero sin Francia la construcción europea es imposible. Cuando los Doce aprobaron el tratado, el pasado 11 de diciembre, la gran mayoría de los europeos dejó escapar un suspiro de alivio porque había acuerdo. Se había pasado del síndrome de la negociación para entrar en la euforia europeísta, pronto superada por la resaca de Maastricht cuando los Doce dejaron un tanto de lado Europa para volcarse en los asuntos internos.
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