La renuncia del infante don Jaime

Un señor que se firma Alfonso de Castro manifiesta -curiosamente desde las páginas de otro periódico- su discrepancia sobre un, a mi modo de ver, excelente artículo de Armand de Fluviá, presidente de la Sociedad Catalana de Genealogía y Heráldica, publicado en EL PAÍS, en el que hacía referencia al protagonismo que podría adquirir para la legitimidad dinástica de la Monarquía española don Luis Alfonso de Borbón, caso de llevarse a cabo el matrimonio del príncipe de Asturias con persona no perteneciente a la realeza, según estipula la pragmática de Carlos III, ley fundamental de nuestra Casa Real.Afortunadamente, el infante don Jaime, abuelo de Luis Alfonso, renunció no sólo por la Constitución de 1876, por la que se regía la dinastía en el exilio, sino también -sagaz previsión de quienes le dictaron el documento- por el imperativo de "las antiguas leyes". Porque ocurría que dicha Constitución establecía que el Rey necesitaba la

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autorización, mediante ley especial, para abdicar la Corona en el inmediato sucesor, y señalaba también que las personas que fueran incapaces para suceder (don Jaime, por ejemplo) serían excluidas por una ley. Nada de esto pudo cumplirse, como es obvio, en el destierro; por tanto, la decisión de Alfonso XIII de hacer renunciar a don Jaime fue personal, fruto de su mera voluntad, y sin respaldo del pueblo español. En consecuencia, la legitimidad dinástica del conde de Barcelona, y por ende del rey don Juan Carlos, consagrada por la Constitución vigente, no tiene otras agarraderas firmes que Ias leyes antiguas", ergo la Pragmática de Matrimonios. Por eso, para dar firmeza a la renuncia del infante (que Alfonso XIII comprendió que alguien podría discutir, no sin base, en el futuro) es por lo que se concertó justamente el enlace de don Jaime con Emanuela Dampierre. El señor Fluviá tenía toda la razón.