_
_
_
_
GUERRA EN LOS BALCANES

'Casablanca' en Sarajevo

Enemigos musulmanes, croatas y serbios se toman un café en el hotel Delminium antes y después de combatir

Alfonso Armada

Sólo hay un camino por tierra para escapar de Sarajevo. Corre hacia el oeste, a través del barrio de Stup, en dirección a Ilizda y -más allá de las montañas de Bosnia- hacia el mar. En medio de Stup, un territorio milagrosamente preservado, se levanta el hotel Delminium, una especie de Casablanca, donde croatas, serbios y musulmanes se toman un café o una copa antes y después de cada batalla. Aunque no hay piano ni una Ingrid Bergman que diga: "Tocalá otra vez, Sam".

En los pocos hoteles que sobreviven en el centro de la ciudad escasea hasta el café. No ocurre lo mismo en la pensión-restaurante Delminium, en el barrio de Stup, un vecindario rico, de propietarios rurales. Los serbios apostados en sus casamatas en Railovacid, a dos kilómetros del hotel, mantienen una línea abierta con el lado croata, a doscientos metros del Delminium.Cuando alguien quiere atravesar las líneas, se llaman por teléfono, envían un coche blanco y con ese escudo es posible llegar al lado controlado por los croatas. Es el primer cinturón defensivo de Sarajevo. En el segundo, a unos dos kilómetros, están las fuerzas bosnias.

Mirko Curcic nació allí hace 35 años. Es croata, tiene el pelo negro y cuerpo de culturista. En 1979 abrió en Stup el restaurante Delminium y en 1984, aprovechando el reclamo de los Juegos Olímpicos, lo amplió a pensión. Hace un año, cuando nadie pensaba que el país iba a perecer bajo las bombas, quiso ampliar el local y convertirlo en hotel. Ahora, el edificio es un curioso engendro, con paredes de ladrillo clamando al cielo y techos artesonados sobre una mesa de billar y un retrato de Tito vestido de mariscal de campo.

Stup es tierra de nadie, respetada por todas las partes gracias a un pacto no escrito. Y el hotel Delminium, un negocio familiar, es una especie de Casablanca, donde los amigos enfrentados se reúnen, recuerdan cuando no tenían que dirimir las diferencias políticas de sus dirigentes a tiros y se toman un café o una copa antes de volver a su trinchera. "La Conferencia de Londres hubiera tenido más éxito aquí", sugiere Mirko bajo un enorme retrato de su abuelo, que parece un sosias de Gramsci.

Un combatiente serbio, un auténtico chetnik, se cita en el hotel con su novia bosnia, que resiste el bombardeo en Sarajevo. Bato, un soldado serbio apostado en,las casamatas de Railovac que sitian la ciudad, llega a media mañana vestido de paisano y se sienta a la misma mesa que un croata y dos musulmanes. 'Tengo a tomar café y a ver a mis amigos", dice, pero pide discreción."Mi vida está en peligro", susurra, y no se refiere al guerrillero croata que al lado abandona el baño con una ametralladora en la mano.

Citas concertadas

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El hotel también sirve de lugar de encuentro para la entrega de mercancías, residencia de refugiados y centro de información agropecuaria. Desde Sarajevo se conciertan citas con amigos o conocidos de lugares como, Kiseljak, una ciudad a menos de 30 kilómetros, bajo control croata, bien provista y que vive de espaldas a la guerra, y en el hotel se produce la entrega de ropa y comida. Hace veinte días que los serbios cortaron el flujo, pero todos confian en que la prohibición sea sólo temporal.

Mirko vive con el miedo a que el milagro se apague de repente. "Los serbios rodean Stup desde las orillas de los ríos Miljacka y Bosna, y podrían tomar el barrio si quisieran. Pero de momento parecen interesados en mantener abierta esta vía de contacto".

Mirko tiene una opinión muy nítida de lo que ocurre. "Los chetniks serbios exportaron la guerra aquí. Serbios, croatas y musulmanes convivían en este país sin problemas desde hace años. Mi amigo Milorad, un serbio, vivía en Stup, pero se fue a Belgrado con su familia porque no podía soportar ver a sus amigos luchando, y no quería tener que disparar contra ellos. Para mí también es difícil vivir aquí, pero es mucho peor para los habitantes de Sarajevo. Los serbios no quieren tomar la ciudad, sólo reducirla a cenizas. Esta es la guerra más sucia que ha habido nunca", remacha Mirko Mientras la radio del hotel esparce una romántica canción italiana y a lo lejos se escuchan sordos estampidos.

Allí, en Sarajevo las facciones que luchan por el control de la ciudad han prestado poca atención a las noticias procedentes de Londres. A ninguno de ellos parece importarle lo que dice la radio. La respuesta a los posibles acuerdos alcanzados en la Conferencia de paz no se ha hecho esperar. Mientras que en Londres se hablaba de esperanza, en Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina, se vivieron ayer, una vez más, violentos duelos artilleros.

Las explosiones han vuelto a escucharse muy cerca de la sede del cuartel de los cascos azules. El edificio de la presidencia también se convirtió ayer en blanco de la artillería serbia. En menos de una hora cayeron quince proyectiles.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_