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LA IMPARABLE CARAVANA DEL SUR

En pos del jardín de Alá

Tereixa Constenla

Para Hasan Kaoshi, de 22 años, el Levante español que el martes divisó fugazmente resulta bastante familiar gracias a los 20 meses que transcurrió enrolado en un pesquero de Almería, el Flor de Jasera. Cuando retornó a su país por voluntad propia, confiaba en hallar algún trabajo que le permitiese sustentar a su familia. Un deseo que la realidad marroquí se encargó de truncar. "En Marruecos no hay trabajo. Hace años fui camarero. No era tan difícil encontrar algo como ahora", dice.

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Kaoshi vive con dos hermanos, su madre y su abuela en Cabo de Agua, junto a la localidad marroquí de Nador. Ninguno de los integrantes de la familia posee una actividad laboral que les garantice la entrada regular de dinero. "Un hermano de mi padre tiene una barca pequeña de pesca. Él nos da dinero para mantenemos". Algunas jornadas, Kaoshi sale a faenar con su tío, pero, admite, son las menos. "Hay miseria siempre, pero también hay quien tiene mucho, mucho dinero. Me daba miedo pensar en hacer un viaje así, pero necesito el trabajo. A España sólo venía a buscarme la vida porque allí nunca tendrás nada".El móvil económico que ha empujado a Hasan Kaoshi a partir de su tierra arriesgando la vida para ello es compartido por la mayoría de los inmigrantes clandestinos que abordan el litoral andaluz procedentes de los países del Magreb. Las razones de disidencia política apenas inducen a los africanos a emprender estas travesías que, en ocasiones, desembocan en tragedias físicas o, como en este caso, morales.

"No puedo salir de aquí"

La letanía que bisbiseaba insistente Mohamed Memoun, de 32 años, durante la travesía que le devolvía a su país de origen, se ceñía a cinco palabras: "No puedo salir de aquí". Memoun, que durante meses había estado trabajando en el campo murciano, se desespera al describir la situación del reino alauí, que sintetiza en un repiqueteo de miserias, "mucha, mucha miseria". Mientras, confiaba en algún milagro que pudiera impedir su entrega en la frontera.

Enturbiada aún por el sueño, Fátima, de 32 años, camina descalza entre los asientos del ferry); mientras sus compañeros de fatiga comienzan a desperezarse. Natural de Rabat, murmura que se decidió a sumarse a la intentona después de haber sido bombardeada acerca de las bienaventuras que reinan en este lado del Estrecho. "Todo el mundo habla allí de España, de venirse a España; todos dicen que se está muy bien".

Fátima recibió el empujón crucial de su amiga Habiba para emprender la travesía. "Íbamos a Francia, con la familia de Habiba. Yo quería trabajar allí o en España", terció. Arribas estaban convencidas de lograr alguna ocupación en el extranjero pese a que, en sus domicilios marroquíes, siempre se han limitado a asumir las tareas domésticas.

Poco después de su desembarco en el puerto de Almería, Habiba asaltaba con igual pregunta a los periodistas y curiosos que habían acudido al muelle. Deseaba averiguar si alguien podría facilitarles sendas ocupaciones para ella y su marido aunque pronto fue vencida por el desencanto.

Kaddouri pisó suelo español por vez primera hace un par de años, aunque aquella travesía apenas se asemeja a la vivida días atrás. De Nador, su localidad, cruzó a Melilla, donde embarcó en el Jerry rumbo a Almería. Sonríe al recalcar que penetró tan clandestinamente como ahora. Después de seis meses de estancia en Tarragona, proguió hasta Holanda, donde residió un año. Aunque es uno de los pocos repatriados que cuenta con una ocupación semiestable -se dedica a la venta de pescado en Melilla- Kaddouri dice que "tenía ganas de volver a España y cuando vi la barca en la playa de Bucana, decidí subir".

A diferencia de éste, que se mostraba tranquilo ante su inminente devolución a Marruecos, otro ilegal protagonizó algunos incidentes desde que recaló en el muelle de Almería y hasta su embarque en el ferry Rozel, inspirado por su pavor a la repatriación que le esperaba. El marroquí, con el rostro embozado para evitar su reconocimiento, descendió en último lugar obligado por agentes de las fuerzas de seguridad. Agitándose sobre la patera, gritaba que no soportaría el retorno a su país ante el temor de ser golpeado por miembros de su policía. Ya en la estación marítima donde fueron alojados a la espera de la salida del barco a Melilla, este inmigrante intentó organizar una pequeña revuelta entre sus compatriotas, según agentes del Cuerpo Nacional de Policía. Finalmente, fue trasladado a la comisaría de Almería hasta la hora del embarque.

Sus sospechas resultaron atinadas. Los miembros de las fuerzas de seguridad marroquíes que esperaban a los deportados en la frontera de Beni-Enzar, a tres kilómetros de Melilla, gesticulaban amenazantes hacia los inmigrantes que sobrepasaban la franja neutral, si bien no llegaron a la agresión física. Al menos, mientras estuvieron visibles al otro lado de la frontera.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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