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La ley de gravitación o informativa

'All the news that's fit to print', ése es el lema que figura en la cabecera de The New York Times. Una aspiración en la que coinciden todos los diarios del mundo cualquiera que sea el lugar donde se editen, los principios editoriales que proclamen, la tendencia política, económica, religiosa o cultural por la que muestren proclividad.Conformes en dar cabida en. sus páginas a "todas las noticias que merezcan ser impresas", cada uno de los propietarios, directores y, en último término, cada uno de los periodistas se reserva el criterio final para definir qué se entiende por noticia y para evaluar los merecimientos capaces de conferirles el honor de ser publicadas.

Al periodista, prisionero de su propia perspectiva, de su propia concepción del mundo, de sus saberes y de sus ignorancias, de sus afectos y de sus pre-

Juicios, de sus afinidades y de sus aversiones, ¿le queda algún recurso para evitar la inmersión en el magma del psicologismo y terminar arrastrado por la perplejidad de la incertidumbre a la parálisis mental?

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La vuelta a la mecánica clásica puede brindar una ayuda solvente. El recuerdo de Newton permite aproximarse a una ley de la gravitación informativa (LGI) a la que me he referido en alguna otra ocasión desde 19.87. Del universo físico se pasa al universo informativo, para llegar, emulando a don Isaac, al siguiente enunciado: "En términos aritméticos, la noticiabilidad de un hecho in-formativo -el mérito de una noticia para ser publicada- es directamente proporcional al producto de los intereses que se vean afectados en el lugar donde haya ocurrido y en el lugar donde podría publicarse, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre el centro editor y el lugar donde haya surgido la noticia".

De ahí la fórmula que proponemos a continuación:

N=i Ae x ah / d (h-e), donde N es la noticiabilidad del hecho informativo; i es el coeficiente de improbabilidad en cada caso, i= I / P; Ae es la representación de los intereses afectados en el centro editor; ah es la representación de los intereses afectados en el sitio donde surge la noticia; d (h-e) es la distancia entre el centro editor y el punto donde surge el hecho informativo.

El coeficiente de improbabilidad i es el inverso de la probabilidad P, entendida en su expresión matemática (cociente resultante del número de eventos que se consideran aciertos dividido entre el número de eventos posibles). En ocasiones, este coeficiente es tan alto que la noticiabilidad queda asegurada cualesquiera que sean los valores de las variables independientes. Es la fuerza de la excentricidad, el vértigo de la sorpresa, la marea de lo insólito, el arrastre de lo inaudito: él niño que muerde al perro en los ejemplos de las escuelas de periodismo, los terneros de dos cabezas, el nacimiento de sextillizos, los monstruos que tanto gustaban en las barracas de feria, el toca-toca en la zona candela de Michel a Valderrama -en expresión de un diario colombiano- en un encuentro de fútbol, el encuentro de un des conocido en los dormitorios de la reina Isabel en Buckingham Palace. Quienes calculan con. mayor exactitud el valor del coeficiente i en cada caso son las compañías de seguros, los casinos o las empresas de apuestas. La rareza, la excepcionalidad, confieren noticiabilidad a un hecho informativo aunque los intereses afectados en el centro editor y en el lugar donde se verificó tiendan a cero y aunque la distancia entre ambos puntos les sitúe en las antípodas geográficas, étnicas, religiosas o políticas. La representación de los intereses afectados en el centro editor, Ae, la conmoción que el hecho informativo causa en el centro, es siempre prevalente y puede evaluarse con mayor precisión y rapidez. Esta primacía explica que un seísmo con miles de muertos en una, ciudad ignota de la India produzca en Londres titulares circunscritos a la muerte de cinco turistas británicos. Recordemos que el régimen de Sadam Husein tomó como rehenes en 1990 a todos los nacionales de países considerados enemigos, varios miles de personas, pero la prensa española sólo tuvo ojos para escrutar la situación de los seis españoles sorprendidos allí durante una gira turística.

La representación de los intereses afectados en el lugar noticioso, ah, debe evaluarse como la mencionada anterior mente, atendiendo a sus múltiples dimensiones: culturales, políticas, económicas, religiosas, deportivas, etcétera.

La distancia entre el centro editor y el lugar donde surge la noticia, d (h-e), debe entender se, en primer término, como distancia geográfica, pero el valor definitivo de esa magnitud se obtiene atendiendo a otras consideraciones de afinidad cultural, política, religiosa, etcétera. A efectos de evaluación de la distancia, los medios de comunicación social manejan escalas de proximidad y de lejanía, a veces muy particulares. El bordillo del carril-bus establecido en la madrileña calle de Serrano en tiempos del alcalde Juan Barranco proporciona la evidencia de una caso límite. En efecto, como la distancia del centro editor, situado entonces en Serrano, 61, al bordillo era prácticamente cero, se cumplía esa convención según la cual al dividir una cantidad finita por otra que tiende a cero resulta un cociente que tiende a infinito. En nuestro caso, la noticiabilidad del bordillo para el centro editor allí mismo ubicado resultaba de tal magnitud que acaparaba una y otra vez la portada del periódico.

Que la noticiabilidad de un hecho informativo sea inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre el centro editor y el lugar donde surge el hecho informativo explica, entre otras cosas, la tendencia general de la prensa y los periodistas al ombliguismo exaltador de cuanto a ellos mismos acontece, lo cual propende a exagerar y a presentar bajo el perfil del interés general. En el cuadrilátero informativo, la prensa y los periodistas muestran puño de hierro y mandíbula de cristal. Mejor sería si el protagonismo se reservara a los hechos informativos y los periodistas se afanaran en exponerlos con la máxima claridad, sin apantallar con personalismos. Frente a la utilización de los medios como palanca personal hasta extremos atorrantes, según las costumbre indígenas, qué ejemplo el de Rosenthal, director dé The New York Times, cuyo nombre sólo apareció en el periódico el día de su nombramiento y, siete años después, cuando su cese. Un signo de, excelencia que agradecen los lectores más distinpidos consiste en ahorrarles el espectáculo de la utilización del periódico para la edificación sobre él de la propia notoriedad en detrimento de la noticiabilidad que destilen por sí mismos los hechos informativos.

El narcisismo del que venimos hablando no es sólo exhibicionista, sino también ocultador de cuanto los medios consideran desfavorecedor de su imagen. Los medios, tan ávidos para reclamar la ttansparencia informativa de los demás, aplican la ley del embudo cuando algún conflicto estalla en su interior hasta convertirse, a ese respecto, en auténticos medios de incomunicación social. Invariablemente, cuando llegan esas ocasiones, para saber antes y generalmente mejor lo que ha sucedido en un diario es preferible, y a menudo indispensable, leer los de la competencia. En casa del herrero, cuchillo de palo, y en los centros editores, atentos al conflicto ajeno, impera el más completo hermetismo sobre los conflictos propios de carácter interno. La LGI aquí expuesta da, cuenta de la interacción que se produce en este particular campo gravitatorio que tiene por núcleo cualquier centro editor. La gravitación de los hechos informativos es siempre respecto de un centro editor como referencia básica. El radio de' acción de ese centro editor barre una superficie donde el diario es leído en una proporción capaz de concederle influencia sobre la población allí asentada.

Comunidades como Cataluña, País Vasco, Galicia, pero también Cantabria, La Rioja, Murcia, Navarra, Baleares, Aragón, Asturias, Canarias y Valencia, tienen diarios con un índice de lectura suficientemente eficaz sobre cada una de los diferentes partes del territorio que les es propio.

Su gravitación informativa está bien resuelta. Por el contrario, en Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, Andalucía y Madrid no existe diario alguno cuyo barrido informativo eficaz se corresponda con la totalidad del territorio comunitario. Esa carencia, en algún caso, atemperada por la existencia de un canal de televisión autonómica (Madrid y Andalucía), hace irreal la existencia de la comunidad autónoma en el plano informativo y, como la naturaleza copia al arte, también en el plano político. El Gobierno de las comunidades autónomas responde ante los electores cada cuatro años; durante el periodo de sesiones, ante sus Parlamentos, y cada día, ante la prensa regional.

Nunca las páginas provinciales o regionales que la prensa de alcance nacional, o con centro editor fuera de la comunidad, dedica a otras áreas exteriores pueden desempeñar el papel de la prensa autóctona. Y donde no existe prensa autóctona no puede hablarse de comunidad informativa ni, por consiguiente, política. Esas zonas carentes son tierra de nadie. Incapaces de segregar una conciencia ciudadana, provincial o comunitaria propia, esos territorios quedan relegados a una condición periférica respecto a un centro que les es ajeno. Y esa excentricidad está llena de consecuencias.

Miguel Ángel Aguilar es periodista.

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