Tijuana: el 'brinco' de la frontera
El nuevo mercado común con EE UU no pondrá fin a la emigración clandestina mexicana
Las botellas de champaña se descorcharon el 12 de agosto en Washington para festejar el nuevo mercado común que conformarán EE UU, Canada y México. Mientras tanto, en Tijuana, la frontera que divide a las dos Californias, un grupo de jóvenes campesinos mexicanos casi harapientos apuraban su último tazón de café en el albergue de transeúntes de una orden religiosa. En unas horas, al atardecer, debían enfrentarse al duro destino de cruzar ilegalmente la borda (frontera) hacia EE UU en busca de mejores condiciones de vida.
Es la otra cara de un brindis que en Washington simbolizaba la entrada del vecino del sur en el primer mundo. En Tijuana, una de las ciudades más prósperas de México por su condición fronteriza, todo sigue igual, El Tratado de Libre Comercio (TLC) no ha despertado sueños porque desde la época del general Lázaro Cárdenas sus habitantes gozan de, la prerrogativa de vivir en una zona de libre comercio. Pueden importar todo lo que quieran de Estados Unidos, siempre, que la mercancía quepa por cada uno los arcos del paso fronterizo, y la ciudad tiene su economía asociada al dólar.Desde hace 10 años tiene su sede en Tijuana el Colegio de la, Frontera Norte, una institución académica que se encarga de estudiar lo que pasa al otro lado. El psicólogo Jorge Bustamante, su director, participó en el equipo de asesores de la delegación mexicana que acaba de negociar el TLC.
Bustamante recalca que el, TLC comenzó ya muchos añosatrás en Tijuana, y que lo que va a ocurrir a partir de ahora va a ser una expansión al resto de la república de lo que ya allí se conoce. Por eso considera también que seguirán las miserias de la emigración ¡legal, que ha cohabitado con el esplendor de esta ciudad durante décadas.
El espectáculo llega a Tijuana al atardecer de cualquier fin de semana. Desde las ocho de la noche, la calle de la Revolución, en el centro de la ciudad, se llena de adolescentes norteamericanos que inundan los locales de moda para beber tequila y bailar rock. Fuman marihuana ocultos en sus impresionantes coches. En México son más que hombrecitos y mujercitas porque las leyes del país reconocen la mayoría de edad a los 18 años. Pueden hacer en Tijuana lo que en EE UU no están autorizados a hacer hasta los 21, y, pese a sus riñas y escándalos, tienen a una tolerante policía en la calle que se hace llamar turÍstica y que en la mayoría de las ocasiones hace la vista gorda.
Una invasión provechosa
No importa la invasión. Prácticamente todo el mundo gana dinero con los gabachos, nombre por el que se conoce a los gringos que llegan a Tijuana de San Diego, sean blancos, negros o asiáticos. El negocio lo tienen asegurado desde quien regenta el local de música más ruidoso hasta la vieja india que vende bisutería artesanal.Tijuana gusta de ser el número uno: tiene la frontera más cruzada del mundo (60 millones de transeúntes legales al año), une) de los índices de analfabetismo más bajos del país (4,7%) y una población laboral en -permanente ocupación, esto último gracias a los subcontratistas.
Esa policía turística contrasta con la terrible migra (patrulla fronteriza), que del lado norteamericano, se encarga de la vigilancia de la frontera, con sus pastores alemanes adiestrados para el tráfico de droga, un sistema de focos que ya quisieran los mejores estadios de béisbol y un modernísimo sistema de sensores electrónicos que, estrenado en la guerra de Vietnam, ha vuelto a recobrar uso. Un muro de 25 kilómetros, levantado con planchas de acero de las que se emplearon en la guerra del Golfo para pistas de aterrizaje en el desierto, convierte el vecino paisaje estadounidense en una zona casi militarizada.
Pese a todo, el emigrante ¡legal logra pasar a Estados Unidos en una proporción de dos de cada tres, y cada deportado lo vuelve a intentar al menos dos veces más. En total, en estos meses del año, con necesidad de mano de obra en EE UU para la recolección de cosechas, brincan la frontera 1.500 personas al día, y durante el año, más de millón y medio. La mayoría son campesinos, pobres de ambos sexos, entre 17 y 30 años, que vienen huyendo de la miseria urbana del distrito federal o de la dureza del campo, y que, terminada la cosecha, vuelven a su casa con los ahorros.
Muchos son engañados vilmente por los guías (polleros o coyotes), que, por hacerles cruzar hacia San Diego, les cobran como mínimo 150 dólares. Los más atrevidos aprovechan los relevos de la patrulla fronteriza para adentrarse en solitario en un horizonte desconocido. Pero todos, como ocurriera en el muro de Berlín, han encontrado en la barrera metálica de la borda un espacio donde dejar por escrito constancia de su rebeldía. Una enorme pintada recuerda el orgullo de quien osa cruzar la frontera: "Ni emigrantes ni ilegales, trabajadores internacionales".
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