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LAS VENTAS

Lucero da la sorpresa

No estaba anunciado en el cartel inicial. No tenía ni picadores por la mañana y, por ello, hubo problemas para que se celebrase el festejo. Pero Román Lucero, que se enteró el jueves de que toreaba en sustitución de José Lara, dio la sorpresa y aprovechó la oportunidad. ¿Sus armas? Las clásicas: bizarro valor espartano para tragar las descompuestas embozadas de sus enemigos, técnica asombrosa para su lidia y todo ello arrobado de perfumada torería y sandunga.Llama la atención en un coletudo de tan escasísimos festejos, pero fue verdad. Lucero salió dispuesto a cumplir un tópico cada vez más en el olvido: o el triunfo o la enfermería. Y lo logró frente a dos bicornes de catadura mansa con los que muchas figuritas de seudoabolengo habrían perdido esta pátina y hasta los papeles. Lucero, no. Un mérito tremebundo el suyo.

Valverde / Galindo, Vera, Lucero

Cinco toros de Valverde (uno rechazado en el reconocimiento), justos de presencia, reservones y descastados; lo, de Diego Garrido, con trapio, manso. Fernando Galindo: silencio; pitos tras dos avisos. Juan Carlos Vera: silencio en ambos. Román Lucero, que confirmaba la alternativa: vuelta en ambos. El picador Nicolás Montiel, de la cuadrilla de Juan Carlos Vera, sufrió en el quinto toro fractura de la tibia de la pierna izquierda, de pronóstico grave, Plaza de Las Ventas, 16 de agosto. Un cuarto de entrada.

Utilizó un pésimo Guión, nombre del bellísimo, cuajado, lustroso y badanudo ejemplar que abrió festejo para con tranquilidad y relajo pasmoso representar una. bella obra en la que alboreó redondos, trincherillas y pases de pecho de seda y cante jondo, todo ello en un mínimo rodal de terreno y con la emoción de que la tragedia podía asomar su feo semblante en cualquier momento. Lástima de fallos con el verduguillo, que le privaron de una oreja a ley.El sexto era más marrajo, como todos los del hierro del cura de Valverde, y Lucero le aplicó mayores dosis de los mismos arcanos, taraceados de heroicos desplantes tras domeñar a semejante maulón, al que avió de gran estocada tras un pinchazo. Así redondeó la agradabilísima sorpresa de la que los sesudos aficionados tomaron nota y parece que también la empresa.

Galindo y Vera, sin desentonar, pasaron las de Caín con los moruchos del sacerdote, que necesitaban para su lidia Dios y ayuda. Galindo sólo se vino abajo con el mítin a espadas que montó en el cuarto, tras apuntar algún cadencioso dibujo. Vera también dibujó alguna fruslería.

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