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El amigó fiel acudió a la llamada de auxilio

Antonio Caño

El amigo fiel acudió de nuevo a la llamada de auxilio. Como ha ocurrido tantas veces desde que hace 35 años se convirtieron en una imbatible pareja de tenis, James Baker ha hecho un nuevo sacrificio por su amigo George Bush.No ha debido ser fácil para Baker renunciar a su privilegiado puesto para mancharse las manos en el terreno más sucio de la arena política. De hecho no lo ha sido. Varias fuentes próximas al secretario de Estado confiesan que Baker dudó mucho antes de tomar esta decisión.

Tampoco ha debido ser fácil para George Bush retirar de la conducción de su cuidada política exterior al hombre que tantos éxitos le había dado en ese campo. Pero la situación política interna se hace cada día más agobiante para el presidente y no parece encontrar más remedio que echar mano de su hombre-milagro, del mismo personaje que condujo la campaña electoral de 1988 y llevó a Bush hasta la Casa Blanca: James Baker.

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Quienes conocen bien a Baker han dicho que el secretario, un político de modales aristocráticos poco inclinado a las prácticas del mundo subterráneo de la política, se resistió hasta el último momento a dejar su tribuna del Departamento de Estado. Pero, en realidad, tampoco tenía muchas alternativas.

Es cierto que Baker puede quemarse inúltilmente en la batalla de una campaña electoral que se presenta extraordinariamente difícil, pero quedarse en su ministerio a esperar plácidamente a que llegue la derrota de Bush sin hacer nada por evitarla tampoco parece ser una misión que le reporte beneficios políticos. Si Baker quiere seguir en la Administración tiene que arrimar el hombro para que su amigo siga en la Casa Blanca. Si no lo consigue, es seguro que no le faltarán ofertas de la empresa privada para mantenerse ocupado en los próximos años.

Las primeras reacciones a la decisión del presidente Bush están divididas. Por un lado se reconoce que la capacidad del ex secretario de Estado dará un nuevo aliento a la campaña electoral republicana, pero, al mismo tiempo, se advierte que la medida -por otra parte, cantada desde hace tiempo- deja asomar algo de desesperación en la campaña de Bush, de falta de soluciones originales.

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