Apología del objeto
Allá por los tiempos de la década prodigiosa, Georges Perec (Francia, 1936-1982) publicó un librito curioso titulado Las Cosas (1965). Se trataba de una novela corta que avizoraba lejísimos sobre el consumismo, la drogodependencia del comprar lo que sea, la falacia de las marcas el afán moderno de poseer hasta llegar a un desencanto de habitación vacía. El rito pequeño burgués era allí sometido a una cruda vivisección.Puede que sin quererlo, Maguy Marin se haya acercado a Perec en el espíritu y hasta en la forma. Con su ironía natural, hace en este Cortex una apología del supermercado, pues sitúa a sus personajes en un debate moral entre el Todo a 100 pesetas y la segunda rebaja. La selva del consumo es desbrozada con sapiencia de cirujano hasta llegar a la desnudez de su gente corriente. Ella ha conseguido una plantilla donde ninguno de los componentes parece bailarín, sino que se asemeja a los prototipos de esa clase media baja desesperada entre el crédito bancario y las vacaciones de verano, eje de su crisis existencial más profunda.
Centre Chorégraphique National de Créteil
Titulo: Cortex. Coreografía: Maply Marin; música: Denis Mariote; decorados y vestuario: Maguy Marin y Denis Mariote; iluminación: Pierre Colomer. Lugar: festival de Itálica, Sevilla. Día 7 de agosto.
Es Cortex una farsa, con diálogos llenos de obviedades y a fuerza de ser desagradable, lo consigue. La banda sonora de Mariotte es un cúmulo de incordios para el oído, meticulosamente ordenados para que el tímpano sufra lo suyo. Sólo le ha faltado la sintonía de telenovela sudaca. A ello debe sumarse un material coreográfico poco consolidado y sin exigencias formales, que discurre a cuentagotas entre otras escenas teatrales con diálogo y mímica.
Hay un cierto aire de Wuppertal en el tratamiento escénico de Cortex. Desde que Pina Bausch en su Café Muller canonizó lo de las sillas como medio de apoyo, estas se han convertido en una verdadera epidemia dentro de la coreografía actual; pero en Cortex, a pesar de los asientos de horroroso plástico amarillo limón, Maguy Marin no tiene ni por asomo la grandeza de su Cendrillon (del año 1985), la eficacia de May B (de 1981), el impacto visual de Los Siete Pecados Capitales (de 1987) o la ruptura despiadada de Calambre (en el mismo año).
Destacan, a pesar de todo, dos ingeniosas escenas. Una es la saga familiar con sus bodas, bautizos y muertes, que está lograda con economía de medios, pero sin solución de continuidad en la dramaturgia general de la obra; y otra es la lección sobre la risa, en la que un guiño a aquella sentencia de Bergson de que el hombre es el único animal que ríe, sirve de pretexto para algo más que un amargo chiste de ocasión.
Babelia
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