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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arrancan los Juegos

LLEGAR HASTA aquí ha sido ya un éxito. Los Juegos Olímpicos de 1992 se inauguran hoy en una Barcelona transformada, con las instalaciones deportivas y los servicios de acogida a punto, y en medio de una expectación general de la que da cuenta la previsión de audiencia televisiva en todo el mundo: 3.500 millones de personas.

El escenario y los actor es están a punto para la representación simbólica, todo lo mediatizada que se quiera, de la gran fiesta de la paz y la universalidad, aún no plenamente conseguidas.Aunque las buenas nuevas no suelen ser noticia, es preciso destacarlas en ocasiones, especialmente en un país que todavía no ha desterrado completamente un poso histórico de insuficiente confianza en si mismo y una cierta tendencia introspectiva, salpicada con brotes de súbito entusiasmo de los que es preciso desconfiar. ¿Acaso la autoflagelación colectiva o la chanza cruel no marcarían ahora el pulso social si en vez de estar todo a punto para el acontecimiento mundial la sede de los Juegos estuviera aún perfilando sus comunicaciones, transportes e instalaciones?

Para los amigos de la simplificación, conviene recordar que en la consecución de la etapa recorrida con éxito hasta hoy confluyen distintos factores: un liderazgo sólido del proyecto, que encarna la figura del alcalde de la capital catalana y presidente del comité organizador, Pasqual Maragall; el acuerdo básico de las administraciones, su apuesta política y su contribución a la financiación del proyecto, en la que destaca el esfuerzo del Estado; una organización férrea; la complicidad de la cúpula del olimpismo internacional con los protagonistas, y -last but not least- la implicación de la sociedad española y catalana en el proyecto. Esta implicación tiene al menos tres puntos fuertes: el decidido apoyo del empresariado catalán, tangiblemente desplegado desde los dificiles momentos de la candidatura; la tarea eficaz de técnicos, arquitectos, empresa s y trabajadores en la remodelación de la ciudad sede, y el entusiasmo de los miles de deportistas y voluntarios olímpicos.

Si todo ello es cierto, también lo es que no ha llegado el momento de cantar victoria. Algunos claroscuros políticos se ciernen sobre el proyecto, especialmente en las últimas semanas. En el plano interno, no es el menor la sombra de apropiación unilateral, politización excesiva y utilización en beneficio propio del esfuerzo de todos con que algunos sectores del nacionalismo enfocan el evento. Han fraguado el peligro de reducir un proyecto universalista, abierto a todos, a una mera quermés diseñada con insolidaria visión de campanario, y deben saber que tendrán que hacer frente a esa responsabilidad.

En el plano internacional, el gran objetivo de la cita olímpica ha sido resituar a Barcelona, y a su través a España y Cataluña, en el mapa del mundo, en plena era tecnológica y de profundas mutaciones de la geopolítica y la economía mundiales. Esta nueva ubicación, más competitiva, en el entrecruce de los flujos internacionales, será directamente proporcional a los elementos intangibles, pero perceptibles, del acontecimiento: la exactitud organizativa, la precisión horaria, el funcionamiento de las comunicaciones, la calidad de las ceremonias, la convivencia de los símbolos y las personas, e incluso a imponderables como la cantidad de récords o la emergencia de nuevas grandes figuras del deporte.

La confianza que otorga el camino recorrido no exime a nadie de la prudente tensión necesaria para Posibilitar que la hora decisiva -es decir, cada minuto de los próximos 15 días- culmine como empezó un proyecto sugerente y universal. Hagan buen juego, señores, y la ciudadanía y los aficionados al deporte y al espectáculo lo sabrán apreciar.

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