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Tribuna:VIVIR PARA CONTARLO
Tribuna
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El anacronismo del héroe

Antonio Muñoz Molina

El cuerpo hinchado y roto del ex boxeador Urtáin se parece a esos cadáveres de ahogados que arrojan a una playa sucia las turbulencias del mar. A Urtáin lo ha devuelto fugazmente el suicidio a una notoriedad póstuma de primera página, pero dentro de unos pocos días las aguas del olvido, más crueles o ecuánimes que las del mar, volverán a tragárselo para siempre, no sin que los periódicos hayan chorreado las pertinentes dosis de lirismo sobre los juguetes rotos del boxeo y la pedagogía del triunfo y la caída. Pero la desgracia de un hombre que al filo de los 50 años lo ha perdido todo y no posee nada más que la lealtad del alcohol y los delirios patéticos de su juventud no es en modo alguno infrecuente, y basta caminar con los ojos abiertos por cualquier ciudad para saberlo: lo que tiene de singular la muerte de Urtáin es que su triste celebridad recobrada de unos días nos devuelve al tiempo en que nos alimentaban de mitos como él, a una memoria de televisores en blanco y negro de niños prodigio y héroes deportivos recibidos en audiencia por el general Franco.Borges decía que lo peor de las dictaduras es que fomentan la estupidez: sin duda fuimos, casi todos nosotros, rematadamente imbéciles, y en los cines de verano, sentados junto a nuestros padres, nos estrangulaba la congoja al ver llorar a Joselito, el pequeño ruiseñor, y nuestras hermanas sonaban con ser rubias y con parecerse a Marisol, y bramábamos de, orgullo patriótico con las victorias del Real Madrid en la Copa de Europa, con el triunfo de Massiel en Eurovisión (en vísperas, por cierto, del luego tan añorado Mayo del 68), con las payasadas de El Cordobés, con las chulerías verbales de José Legrá y los combates fulminantes de Urtáin. El nazismo alemán propagó abrumadoras mitologías wagnerianas, imágenes de colosos rubios que igual lanzaban jabalinas que gaseaban judíos. Mussolini impuso una estética entre deportiva y art déco que no era del todo ajena a los disparates retóricos. de las primeras vanguardias. El franquismo, que era un fascismo amodorrado de mesa camilla y sacristía, administró a sus súbditos un Olimpo mucho más menesteroso, un catálogo de niños prodigio cabezones que conservaban en las rodillas toda la escualidez, del hambre, de boxeadores fantasmones, toreros pícaros, cantantes que se revelaban al mundo en el Festival de Benidorm y cantaoras momificadas que rendían homenaje en bata de cola al caudillo y a doña Carmen Polo de Franco, en las recepciones de La Granja.

Pero todos aquellos héroes de nuestra estupidez duraron menos que la dictadura. Yo creo que acabó con ellos la televisión en color. Mirados retrospectivamente, sus días de gloria no son menos patéticos que los de su larga decadencia. Lo que nos desconcierta cuando logran emerger del olvido no es la ruina de sus facciones o de sus biografías, sino el simple hecho de que aún estén vivos, como criaturas antedilu

antediluvianas que hubieran sobrevivido por milagro o error al cataclismo que abolió su especie. Joselito, el pequeño ruiseñor, resultó ser el verano pasado un convicto de tráfico de drogas que regentaba un sórdido pub en las afueras de un pueblo de Albacete; El Cordobés, que había triunfado en las plazas de toros donde fulguraban las melenas rubias de las turistas extranjeras, volvió a aparecer en los periódicos por culpa de una reyerta de borrachos; José Legrá, al que todo el mundo le reía las bravatas en los mostradores de los bares con televisión, es un pobre hombre que balbucea confusamente separando apenas los labios, mirándose fijamente ,como con asombro, las manos gesticuladoras e inútiles.

Sin duda ha de ser difícil vivir cuando se pertenece a un tiempo extinguido, pero más aún cuando se han encarnado mentiras o sueños en los que ya nadie creé, sólo uno mismo. El presente y la realidad adquieren entonces las apariencias de una pesada alucinación. Dicen que Urtáin se emborrachaba en los bares contándoles su gloria a los desconocidos: vivía en la edad olvidada de las quinielas de 14, de las postales con rascacielos en las playas, de los concursos Miss Guapa con Gafas y de las, Leyes Fundamentales del Reino. Tal vez sólo miré de verdad el mundo extraño que tenía alrededor durante las dos o tres últimas horas de su vida, mientras volvía tranquilamente a la casa de donde lo iban a desahuciar e imaginaba el paisaje de bloques y ventanas geométricas que vería desde su balcón.

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