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LAS VENTAS

Continúa 'el culebrón'

La casi eterna lucha estival de los coletudos zaheridos por la fortuna para salir de su parquedad de contratos por medio de un rotundo triunfo venteño, todo un magnífico culebrón urbano-taurino, cubrió ayer uno más de sus innumerables y repetidos capítulos. El aderezo que diferenció, en parte, a la función de las anteriores de esta y otras temporadas fue la suma invalidez de la mitad de los mulos con cuernos que saltaron al ruedo, mermando todavía más las ya escasísimas posibilidades de éxito con que contaba la terna de esforzados.Esta supina flojera de fuerzas fue vista y protestada con gran reconcóme de rabia por la santa afición y hasta por los japoneses, que constituían cerca de la mitad del cotarro. Pero quien pechaba con la obligación de verla y enmendarla, el usía Luis Torrente, ni la vio ni la enmendó. Lo que si hizo fue caso omiso a los epítetos e ingeniosas frases que le disparaban por doquier desde cualquier lugar del graderío, con mayor rechifla, guasa y creatividad desde el tendido siete, como es habitual en estos defensores de la autenticidad y la pureza.

Sierro / Aranda, Ortega, Cuéllar

Un toro de El Sierro (cuatro fueron rechazados en el reconocimiento veterinario); lo, 3º, 4º y 6º, de Román Sorando, y 5º, sobrero de Ortigao Costa (en sustitución de otro de la divisa anunciada devuelto por inválido). Todos de magnífica presencia, descastados y con peligro; 1º, 2º y 3º, inválidos. Raúl Aranda: silencio en los dos. Celso Ortega, que confirmó la alternativa: más palmas que pitos al saludar; silencio. Juan Cuéllar: silencio tras un aviso; silencio. Plaza de Las Ventas, 19 de julio. Menos de media entrada.

El titular del palco de autoridades impuso su opinión e, inasequible al desaliento, mantuvo en el ruedo a esas ruinas bicornes. Sin embargo, y seguramente debido a los insondables misterios de la especie humana, sí tragó a devolver, en este caso con justicia, al quinto, menos inválido que los tres primeros.

Celso- Ortega quiso aplicar toreo de bellos requiebros a sus marrajos y hasta lo consiguió de manera fugaz y valentísima extrayendo alguna tanda de redondos al sobrero. Su regusto y buenas maneras se estrellaron con la invalidez del que le sirvió para el severo ritual de la confirmación.

Aranda también intentó encomiables suertes sin más respuesta de los marrajos que gañafones a diestro y siniestro. Al igual que Cuéllar, quien expuso con verdad y bizarría para nada ante sus dos zambombos. Su subalterno Lorenzo del Olmo sí se lució con los rehiletes en el que cerró este capítulo del serial.

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