La enfermedad

Entre los individuos raros de mi especie, sin duda una de las peores, somos muy proclives a alimentar las fantasías. Pues bien, ahora contaré una de mis predilectas, no de las ominosas, de manera lacónica: establezco amistad con una dama joven, hermosa y más o menos culta, nos vamos seduciendo mutuamente y todo acaba en una historia de amor-pasión...Recurrir a la imaginación

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constituye en estos días mi único consuelo. Pero no miento al decir que el azar me ofreció tres posibilidades de convertir este sueño en realidad.

Fue Francis quien me dijo aquella tarde: quédate aquí en casa este fin de semana, estoy sola. Y, sin embargo, decliné semejante proposición. De la misma manera, fingía ignorar los vestidos de color blanco transparente que Marlen usaba en mi honor cuando volvíamos del instituto. Y, por último, me produce especial malestar el recuerdo de una noche en la playa con María. A las puertas del amor, tras una antesala de besos y caricias, me derrumbé como un niño, mientras exclamaba: ¡Yo quiero algo más ... !

Pobre imbécil. Ahora tan sólo me queda el extraño placer de la imaginación. ¡Ay! ¿No existirá algún médico capaz de devolverme a Francis, a Marlen y a María?-