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Los retos en la mitad del año

Analiza el autor del artículo las tres posibilidades que se muestran al electorado de Estados Unidos -Bush, Clinton o Perot- en relación con los cambios que su pondrían en la política económica del país en el que tienen puestas una buena parte de sus esperanzas el resto de las economías de los países desarrollados para salir del etapa recesiva en la que se hallan inmersos. Su conclusión general es que ninguna de ellas tiene por qué alterar en gran medida la situación económica.

El estado de la economía mundial parece cambiar de un mes a otro, y en este año de elecciones presidenciales norteamericanas -con el multimillonario Ross Perot como tercer candidato independiente- la economía de Estados Unidos está especialmente sujeta a incertidumbre.Las exportaciones. que España y otros países de la Comunidad Económica Europea mantienen con Norteamérica son necesariamente sensibles a estas nuevas contingencias de mudabilidad económica.

A continuación se exponen las previsiones, actuales y bien documentadas, relativas a los más importantes escenarios.

Primero, las malas noticias. Los votantes norteamericanos están desencantados, tanto de los republicanos como de los demócratas. Los españoles, que han llegado a acostumbrarse a que un solo partido sea repetidamente votado y elegido, estarán sorprendidos ante el nuevo reto planteado al modelo norteamericano bipartidista. Muchos votantes norteamericanos, no cautivados ni por el Presidente George Bush ni por el gobernador William Clinton, decidirán probar suerte con el casi desconocido Perot y elegirle Presidente en la votación del primero de noviembre. La posibilidad de que la Bolsa de Wall Street y los mercados de obligaciones de renta rija experimenten una caída estrepitosa, aumentará a medida que se haga más verosímil un escenario como este. El dólar, ya débil de antemano, podría también descender de forma considerable en los mercados de divisas extranjeros.

Debido a que la economía norteamericana soporta cerca de una cuarta parte del peso de la economía mundial, la reducción de la actividad económica en Europa y Asia se verá intensificada en el anterior escenario, que es el peor de los casos posibles. 1992 y 1993 pasarán a los libros de historia como otro periodo de depresión económica.

El funesto drama

Pero la historia no acaba al tomar posesión el nuevo Presidente. Ya hemos visto representado el mismo funesto drama en el extranjero, en múltiples ocasiones. En Brasil, los votantes eligieron a un Presidente espléndido en promesas, pero parco en legislación constructiva. El resultado fue la hiperinflación y la recesión persistente.

Perú nos ha mostrado la misma triste historia. Alberto Fujimori accedió a la presidencia en 1990 apoyándose en una camipaña de promesas que no podía mantener y que, de hecho, no mantuvo. Cuando su dosis de austeridad económica no logró invertir el curso de la prolongada inflación ni el caos de la producción. Fujimori suspendió las libertades democráticas.

Argentina ha presentado una escena similar de votantes descontentos y de un candidato haciendo vagas promesas. Sin embargo, este país es uno de los casos en que se ha empezado a vislumbrar recientemente algún progreso en la lucha contra la hiperinflación. Quizá podamos consolarnos con la paradoja de que un líder, elegido en base a una plataforma peronista de carácter populista, haya conseguido -a través de medidas antiperonistas- brindar a los argentinos algunas mejoras en la producción y en la productividad.

La política económica es cualquier cosa menos una ciencia exacta. Junto a la peor de las pesadillas -la victoria de un ignorante hombre de negocios que ni sabe de nada, ni al hablar dice nada- hay un escenario más que plausible de recuperación gradual de la economía norteamericana. La victoria del indeciso señor Bush supondría la continuación de una endeble cultura empresarial de centro-derecha.

Los pobres, los desgraciados, los ignorantes y las minorías, tienen poco que ganar ante una confortable victoria republicana. Pero los opulentos dirigentes y propietarios de las grandes compañías norteamericanas, que tan extraordinario éxito han tenido en los años ochenta, son los únicos que esperan que las cosas continúen como hasta ahora. Y recuerden que son ellos" y no las grandes masas, quienes favorecen el establecimiento de precios de seguridad.

Por decirlo así, la locomotora norteamericana -de la que se espera que ayude a propulsar la economía mundial- tiende a ser conducida por el mismo grupo de electores del que han dependido en el pasado, tanto el Presidente Bush como el Presidente Reagan. El hecho de que 1992 sea un mal año para la reelección de los miembros del Congreso, favorecerá más a los republicanos que a los demócratas.

En el momento actual, las encuestas de opinión no indican un retorno de los demócratas, a la Casa Blanca. Supongamos, sin embargo, que hay una tercera posibilidad por la cual, o bien se produce una clara victoria en noviembre de Clinton, o bien una victoria en la segunda fase, en la Cámara de Representantes, después de producirse una parálisis a tres bandas en la que ningún candidato hubiera obtenido la mayoría absoluta en las elecciones.

Tal victoria del partido demócrata no supondría el fin del mundo ni para el Producto Interior Bruto norteamericano ni para el nivel de empleo. El programa económico anunciado por Clinton, está dentro de las líneas maestras surgidas en los congresos dominados por los demócratas desde los tiempos de John F. Kennedy.

Verdaderamente, el mercado bursátil puede experimentar una caída durante los días posteriores a la derrota republicana. Pero la historia nos muestra que, por término medio, las inversiones han funcionado mejor durante las administraciones demócratas que durante las republicanas.

Una realidad menos negra

Para resumir, diré que la realidad de la escena económica actual no es tan negra como viene diciendo la gente desilusionada.

Japón tiene capacidad para hacer frente a su reciente descenso en la tasa de crecimiento. Incluso el hecho de que se produzca un realineamiento monetario en la Comunidad Europea puede ser, a la larga, algo positivo y no una tragedia para una eventual. moneda común europea.

La OCDE, una vez más, ha ensombrecido sus anteriormente optimistas previsiones para Europa en 1992 y 1993. El debilitamiento del control alemán sobre los tipos de cambio, producido por el rechazó de los daneses al Tratado de Maastricht, puede aumentar, de alguna manera, las posibilidades de que se produzca algún tipo de realineamiento monetario en Europa; posiblemente, tales realineamientos estimulen el desarrollo de una política expansionista en aquellas regiones de la Comunidad Europea más afectadas por el desempleo y la recesión en el crecimiento.

Sólo puede desear que las perspectivas para la resolución de los conflictos nacionalistas en la nueva Europa sean tan esperanzadoras como lo es él panorama económico de esta primera década posterior a la guerra fría. La providencia nos habrá dado un dividendo de paz sólo si lo sabemos utilizar adecuadamente.

Paul A. Samuellson es premio Nobel de Economía.

Traducción: R. Cifuentes, P. Ripollés.

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