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Vuelve el salto de la rana

Domecq / Cordobés, Sánchez, HigaresNovillos de Santiago Domecq, bien presentados, aunque varios sospechosos de pitones; segundo y quinto inválidos; encastados y pastueños. El Cordobés: pinchazo, estocada y descabello (ovación y salida al tercio); bajonazo trasero (pitos). Manolo Sánchez: estocada atravesadísima que asoma, perdiendo la muleta, rueda de peones y dos descabellos (oreja); espadazo atravesadísimo que asoma y descabello (oreja). Óscar Higares: estocada caída que asoma, rueda insistente de peones y dos descabellos (aplausos y salida a los medios); estocada corta delantera saliendo trompicado (ovación y salida al tercio). Plaza de Pamplona, 6 de julio, Primera corrida de feria. Cerca del lleno.

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Literatura sanferminera

Hay un torero que se apoda El Cordobés, dice ser hijo del diestro del mismo nombre que reinó en la tauromaquia de los felices años 60 y, para demostrarlo, le imita. También podría ser cuestión genética, pero no lo parecía. La ostentación de zafiedad de que hizo gala El Cordobés hijo presunto, era demasiado evidente. Su epígono era zafio a conciencia -taurinamente hablando, se entiende- y no necesitaba esforzarse lo más mínimo para demostrarlo.

El Cordobés presunto hijo, en cambio, sí se esforzaba, y además de recuperar el salto de la rana para general conocimiento de los jóvenes espectadores y sobresalto de la afición, andaba a zancadas, pegaba banderazos sin venir a cuento, braceaba con aires de gañanía, y sólo le faltó escupirse las manos, como solía hacer El Cordobés, supuesto padre de la criatura.

El público se lo pasó muy bien cuando hacía esas cosas en su primer toro, además se rió mucho, y en cambio cuando las hizo en su segundo lo debió pasar mal, pues le pitaba. Es lo que suele ocurrir con estas excéntricas manifestaciones del arte: en cuanto acaba la sorpresa, a la gente le hacen poca gracia.

No solo fue eso: después de los saltos de la rana de El Cordobés toreó Manolo Sánchez con ringorrangos de torero caro y gusto exquisito y, claro, se notaba la diferencia. Quizá Manolo Sánchez puso a la gente a cavilar. ¿Qué es el toreo?, se preguntarían aquellas almas buenas que llenaban la plaza, la mayoría de los cuales seguramente no habían visto una corrida de toros en su vida. Y debieron intuir que el toreo es ese ringorrango de andares marchosos, ese gusto interpretativo, esa armonía para embeber al torillo en los vuelos del engaño sin esfuerzo aparente.

Óscar Higares aportó la síntesis de ambos estilos. O sea que la novillada ofreció un buen muestrario de actitudes toreras. La de Óscar Higares era dominar, mandar, ligar los pases. Magnífica actitud, desde luego, que aplaudiría el aficionado más exigente. Su problema consistió en que lucía poco, pues se trata de un torero de escasas vibraciones estéticas -frío, por tanto- y demasiado alto. La primera característica no la pudo evitar, pues ésa es una condición propia del temperamento, mas la segunda sí y resolvió reducir su estatura a la mitad, para lo cual se puso de rodillas. Acaeció, sin embargo, que en una de esas se arrodilló también el novillo, y dio la sensación de que estaban en una charlotada.

Mandar, dominar, ligar los pases, es lo difícil en el toreo y en estas tareas el finísimo Manolo Sánchez estuvo entre inconsistente y alternativo. En su primera faena, corrió mucho. Daba el pase, sí, muy bueno, y al rematar salía corriendo para iniciar el siguiente en distinto terreno. En su segunda faena muleteó más reposado y reunido, pero entonces lo hacía descargando la suerte, con abuso del pico de la muleta.

Sobre todo en los naturales -de los que Instrumentó dos tandas completas, abrochadas con los pases de pecho- ese alivio del pico ya llegó a ser abusivo, y no hacía falta tanta precaución pues los novillos -los suyos y todos los restantes- fueron de una boyantía sencillamente sensacional.

En las trincherillas, pases de la firma, molinetes y demás toreo de recurso brilló especialmente Manolo Sánchez, mientras en el manejo de la espada estuvo hecho un pinchauvas descarado, pues atravesó de mala manera sus dos toros y se quedó tan ancho. Luego, las buenas gentes pidieron las orejas, el presidente no tuvo inconveniente en concederlas, y tan contentos todos.

Tan contentos porque, entre otras razones, la novillada no resultó aburrida en absoluto. La novillada tuvo interés, salió ganado de espléndida casta, hubo toreo meritorio, hubo toreo de arte y, por el mismo precio, volvió a los ruedos el salto de la rana, aquel brinco montaraz que al torero más zafio entre cuantos haya conocido la historia, le sirvió para reinar en el toreo, hacerse millonario, y tener un hijo que no se esperaba.

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