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Luces y sombras de la Cumbre de la Tierra

La primera quincena. de este mes de junio no han sido días de descanso y mucho menos de carnavales para los cerca de 30.000 visitantes de Río de Janeiro en torno a la Cumbre de la Tierra o Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo y Medio Ambiente (UNCED) y el paralelo el Foro Global, provenientes de más de 170 países, entre delegaciones oficiales, representantes de organizaciones no gubernamentales y funcionarios internacionales. En cambio, hacía bastante tiempo que los habitantes cariocas no disfrutaban de su ciudad con tanta seguridad personal, debido al inusitado despliegue militar y policial que la presencia de dignatarios extranjeros había propiciado, lo que hacía dudar, a veces, si se trataba de una conferencia sobre la seguridad y supervivencia del planeta o más bien preocupada sobre todo por sus dirigentes, ante un mundo marcado por la violencia y el terrorismo.Nunca antes en la historia de la humanidad se había convocado una reunión de tan ambiciosos objetivos ni con tan amplia representación pública y privada y a tan alto nivel. Parecía como si, al fin, después de la Conferencia Mundial sobre Educación para Todos de 1990, en Jomtien, se iba a instaurar la tan necesaria serie de grandes conferencias mundiales para dar una solución global a cada uno de los grandes desafíos que constituye la problemática mundial que el Club de Roma viene exponiendo insistentemente desde hace 25 años en los más diversos foros.

Las expectativas han sido inmensas y el esfuerzo considerable. Maurice Strong, el secretario general de la reunión y artífice también del inmediato antecedente, la conferencia celebrada en Estocolmo hace 20 años, había puesto su mejor experiencia de gran empresario privado, alto funcionario de Naciones Unidas en diversas ocasiones y miembro del Club de Roma, entre otras muchas actividades, durante el largo periodo de prenegociaciones, así como durante los trabajos de la cumbre en Río. La declaración Final, la Firma de varios convenios internacionales y la adopción del plan de acción, llamado Agenda 21, junto con la aprobación de los fondos GEF, que administrará el Banco Mundial, para programas de

1protección medioambiental, son resultados tangibles nada desdeñables y un primer paso altamente prometedor en pos de la movilización de una voluntad política común. Más aún: todas las afirmaciones pronunciadas a lo largo de las sesiones plenarias han venido a mostrar que, a partir de ahora y pese a las reticencias coyunturales de algunos, se impone un nuevo discurso político y la necesidad de ofrecer programas medioambientales amplios y coherentes con las propuestas de desarrollo económico como parte de los futuros programas de cualquier partido que aspire al poder. Ecología y economía, así como medio ambiente y desarrollo, al menos, empiezan así a dejar de ser vistos como temas independientes, desde la perspectiva de la ecosocioeconomía que empieza a abrirse camino.

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Por otra parte, los numerosísimos periodistas allí presentes han hecho honor a la función de educadores para el futuro que las circunstancias les asignaron al producir una información masiva y sistemática sobre los temas a debate, hasta lograr una percepción de la opinión pública, con alcance mundial, y un conocimiento mucho más generalizado y, a la vez, crítico de tan importantes y complejos problemas, por encima de catastrofismos y de optimismos frívolos. Este hecho destacadísimo transforma las perspectivas del futuro debate público de estos temas, además de facilitar la deseable mayor participación democrática de las organizaciones y grupos especializados no gubernamentales en los numerosos procesos de toma de decisión que van a tener lugar crecientemente.

Sin embargo, no todo han sido luces, ni mucho menos, ya que las sombras también se han adueñado de no pocos aspectos de la conferencia y, por consiguiente, de la aplicación inmediata de sus recomendaciones. En primer lugar, el debate de la conferencia oficial ha sido, una vez más, desde posiciones de los representantes de los Estados-nación, cuyos análisis de los problemas de alcance global han sido, por ello, necesariamente parciales, junto con una presentación las más de las veces triunfalista de sus propias acciones, limitada en la formulación de soluciones desde sus respectivas soberanías, y egoísta en la aportación de medios o esfuerzos en la solución global de los problemas. De ahí que se hayan tratado, sobre todo, temas propios del ámbito nacional, tales como los bosques y la biodiversidad que en ellos se trata de proteger, y también la acción que desde cada país se puede y debe llevar a cabo para contribuir a resolver problemas de alcance global, tales como el cambio climático. Sin embargo, se ha dejado dramáticamente sin resolver cuanto concierne al patrimonio común (global commons), por quedar fuera del mandato directo de cada Estado, tales como los océanos y la biodiversidad que en ellos se cobija, los territorios polares o la estratosfera, además del problema del crecimiento equilibrado de la población mundial o la prevención de las futuras pandemias, por causas medioambientales, etcétera. Además se ha insistido en la mención utópica del desarrollo sostenible, el cual tampoco tiene viabilidad alguna a menos que se planteen unos balances, una estrategia y unos mecanismos de acción supranacional, tanto más que la conferencia ha tenido lugar sin contar con el indispensable documento básico sobre el estado del planeta (de la biosfera), con un balance completo en toda su real complejidad, punto de partida indispensable para toda actuación con objetivos concretos y medios adecuados, así como para determinar la tendencia de los efectos negativos del Impacto medioambiental de la actividad humana en las diversas regiones del mundo. Solamente sobre esas bases tiene sentido hablar de desarrollo sostenible, sin que se convierta en un nuevo encubrimiento semántico del feroz desarrollismo que sigue atenazando a los países más industrializados, bajo guisa de desarrollo social, siempre a condición de relacionar la realidad profundamente diferenciada de los recursos disponibles de cada país con la respectiva realidad industrial y agrícola, el necesario comercio intemacional y el balance global de la viabilidad medioambiental de la economía mundial o global. Es a partir de estos datos desde los que se pueden establecer cuotas de emisiones contaminantes y compensaciones mutuamente acordadas, dentro de mecanismos con autoridad internacional, hasta lograr hacer sostenible un desarrollo global y armónico en el mundo.

Ya decía Jean Monet que "los países soberanos del pasado no pueden asegurar su propio progreso o controlar su propio futuro", por lo que tienen que recurrir inexorablemente a instancias supranacionales comunitarias. Pero ésta es tan sólo una primera fase, que requiere delegar luego, muy pronto, la autoridad a unas Naciones Unidas renovadas desde la cooperación interregional, salvo que se mantenga la actual aberración de un orden internacional prácticamente en manos del Grupo de los Siete o, más bien, de la superpotencia que ha sobrevivido a la guerra fría.

Por último, hay que decir que la conferencia de Río de Janeiro no ha adoptado el código ético de comportamientos individuales y colectivos, ni la declaración sobre los deberes humanos respecto de las futuras generaciones y de la biosfera, que hubieran sido necesarios para inaugurar una nueva era de afirmación de los hombres frente a la cultura del derroche, del consumismo y del egoísmo.

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Luces y sombras de la Cumbre de la Tierra

Ricardo Díez Hochlcitner es presidente del Club de Roma.

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