Tactos y contactos
EL PRESIDENTE del Gobierno descartó ayer cualquier posibilidad de negociación política con ETA. Por tal se entiende, según quedó establecido en los pactos de Madrid y de Ajuria Enea, aquella negociación en la que, a cambio de dejar de matar durante un periodo indeterminado, ETA obtendría, al margen de los cauces democráticos, reivindicaciones políticas que no habría conseguido sin el recurso a la violencia.Tal negociación es imposible por razones tanto morales como prácticas: ningún Gobierno podría aceptar algo así sin deslegitimarse y deslegitimar al sistema democrático en su conjunto. Ese objetivo imposible es, sin embargo, el principal móvil de ETA desde hace años, y de ahí la dificultad de acortar los plazos de liquidación del fenómeno de la violencia mediante alguna forma de acuerdo. Mientras el aislamiento político y derrota operativa de ETA no sean evidentes para los propios terroristas (o su entorno más cercano), de manera que renuncien a esa pretensión de la negociación política, no será posible acortar los plazos del fin de ETA mediante el diálogo.
Eso no significa renunciar a maniobras tácticas tendentes a "generar el confusionismo y el desánimo" -según las palabras del etarra Eugenio Etxebeste- en las filas del terrorismo. Los contactos de que ahora hay constancia escrita deben probablemente incluirse en ese capítulo de movimientos destinados a sondear al enemigo, dividirle, ganar tiempo. Así parece deducirse del balance realizado por el propio Etxebeste, principal interlocutor de ETA en los contactos con personal del Ministerio del Interior realizados desde 1989. Del escrito de Etxebeste, publicado ayer por EL PAIS, se deduce que los enviados gubernamentales exploraron hasta finales de 1991 la posibilidad de una tregua por parte de ETA, y que renunciaron a seguir los contactos a la vista de la ofensiva terrorista iniciada a comienzos de 1992. Y que uno de los efectos de esos contactos fue abrir una brecha entre la dirección etarra en Francia y el sector encabezado por Etxebeste.
Sí ése y otros efectos compensan los riesgos asumidos es algo que por el momento no es posible juzgar. Tratándose de un componente de la estrategia policial, se supone que existen datos desconocidos y no revelables. Pero que se asumieron riesgos considerables es una evidencia. De entrada, porque era- obligado contar con la posibilidad de que la iniciativa fuera interpretada por parte de ETA como convalidación de sus planteamientos. De hecho, las especulaciones periodísticas sobre la posibilidad de abrir negociaciones han solido ser interiorizadas por el mundo de ETA y HB como una invitación a redoblar la ofensiva a fin de convencer a los sectores reticentes de la inevitabilidad de la negociación. Que objetivamente se tratase de otra cosa no excluye ese riesgo.
Pero la documentación capturada a ETA tampoco autoriza a considerar que el Gobierno haya traicionado los principios compartidos por los partidos democráticos respecto a la lucha contra el terrorismo. Precisamente uno de esos principios es la renuncia a convertir la lucha antiterrorista en campo de disputas del que intentar sacar ventaja ante la opinión pública. Tomar por compromiso del Gobierno lo que los etarras dan por tal es, de entrada, temerario. Aprovechar el viaje para desmesurar la suspicacia, hasta suponer que un secretario de Estado esté negociando la unidad de España, el destino de Navarra o la reforma de la Constitución, bordea el ridículo.
Pero ello no excluye la conveniencia de explicaciones por parte de las personas citadas en los documentos, y en particular del director general de la Guardia Civil: su conversación con un dirigente navarro de HB sobre una cuestión política local no podía dejar de ser interpretada interesadamente por el radicalismo abertzale como de hecho lo ha sido. Y ello, al margen de cuáles fueran las palabras concretas pronunciadas. Pues lo importante no era lo que decía, sino quién lo decía.
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