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La rehabilitación de Richard Nixon

Hoy se cumplen 20 años del Watergate

Antonio Caño

Un muro de cámaras de televisión esperaba a Richard Nixon en el hotel Four Seasons de Washington el pasado 11 de marzo para recoger sus duras declaraciones contra la política exterior de George Bush. El ex presidente exhibió la voz firme de un hombre que no ha perdido ni un ápice de su capacidad intelectual, pero el ligero temblor de sus manos demostraba que 79 años de una vida casi por completo dedicada a la política no han pasado en balde. Rehabilitado ya y con una de las opiniones más respetadas de Estados Unidos, nadie podía recordar que ese hombre protagonizó, hoy hace exactamente 20 años, el mayor escándalo político de la historia de este país, el Watergate.

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El 17 de junio de 1972 la policía de Washington recibió una denuncia del Partido Demócrata por el robo de materiales de archivo en sus oficinas del famoso edificio situado a orillas del río Potomac. El 17 de junio de 1992, como cada mañana, Richard Nixon pasea por los alrededores de su modesta casa de New Jersey en busca de inspiración para un nuevo libro o para una nueva lección de política contemporánea.El 17 de junio de 1972, Carl Bernstein y Bob Woodward recibían el encargo de su jefe de la sección local de The Washington Post de investigar qué había detrás de aquel robo. El 17 de junio de 1992, los periodistas más famosos del mundo se siguen ganando la vida en el mundo de la prensa y de los libros. Muchas cosas ocurrieron entre ese 17 de junio y el 9 de agosto de 1974, cuando Nixon tuvo que dejar su puesto al vicepresidente Gerald Ford en medio de la mayor conmoción que sufrió nunca el sistema político norteamericano, y sobre la que todavía existen incógnitas sin responder. La principal:_¿quién fue la garganta profunda que puso a Bernstein y a Woodward en la pista correcta?

Travesía del desierto

La mayoría de los personajes que intervinieron en esos acontecimientos, policías, jueces, políticos y abogados, han pasado a ser unos desconocidos para la opinión pública norteamericana, pero el propio Richard Nixon supo soportar su larga travesía del desierto para convertirse hoy en el más respetado de los ex presidentes vivos. Con excepción de los pocos días de descanso que pasa en la finca de su amigo James Goldsmith en Manzanillo (México), donde suele encontrar oxígeno para su frenética actividad literaria, Nixon, actúa todavía como si fuera un político en activo. Periódicamente come con periodistas, pronuncia conferencias y visita países extranjeros para controlar la marcha de la política exterior norteamericana y contribuir así a la defensa de los intereses de su país.

En los últimos meses Nixon no se ha privado de opinar sobre los tres principales personajes de la política norteamericana actual, siempre con consecuencias: a Bush le criticó. por la timidez de su cooperación con Rusia y el presidente anunció días después un amplio paquete de ayuda; de Bill Clinton dijo que no contaba en la carrera presidencial y el candidato demócrata contrató inmediatamente media hora de televisión para reactivar su imagen. A Perot le advirtió que si se rodeaba de personajillos serviles su gestión sería un desastre y el millonario tejano se precipitó a contratar a dos pesos pesados de los principales partidos.

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Antes de gozar de tanta influencia, Nixon pasó muchas horas amargas. Desde que abandono en helicóptero la Casa Blanca para encerrarse en su destierro californiano de San Clemente hasta que en 1986 estrechó la mano de Katherine Graham, dueña del periódico que lo había destruido, para ganarse una portada en Newsweek, de la misma propietaria, con el título "La rehabilitación de Richard Nixon", el ex presidente tuvo que hacerse valer con mucho dolor.

Ningún presidente de turno lo quería ver a su lado. Gerald Ford no lo mencionó nunca ni permitió que la convención republicana de 1976 pronunciase su nombre. Jimmy Carter jamás contó con él.

Reagan también tuvo sus dudas con Nixon, pese a que éste había apostado por él como candidato del partido de ambos y a pesar también de las buenas relaciones entre Nixon y el asesor de Reagan Edward Rollins -el hombre que ahora trabaja para Ross Perot-. Lo cierto es que Nixon no apareció por Washington hasta 1984 y tuvo que esperar hasta 1986 para que Reagan le pidiese un favor: un asesoramiento sobre cómo manejar el escándalo Irangate.

Con Bush las cosas no mejoraron sustancialmente. El actual presidente sabía que su antecesor nunca había visto con buenos ojos su nominación y no quiso contar con él más que, por ejemplo, para informarle en diciembre de 1990 que estaba considerando una acción militar contra Irak. Después, Nixon ha discrepado claramente con la Administración -como también con la de Reagan- en la Valoración que ésta hace del ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov y de su sucesor Borís Yeltsin. Nixon prefiere al segundo.

Pese a todas las dificultades, en 1981 Richard Nixon salió de California y se acerco a la costa Este, a una casa en Saddle River (New Jersey) que en 1990 vendió a un japonés por dos millones y medio de dólares para mudarse a su residencia actual. En esa época Nixon era todavía mal visto en los salones de Georgetown y el diario The New York Times llegó a escribir que el pueblo norteamericano no debía olvidar la afrenta a la que el ex mandatario le había sometido.

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