Nada más que tretas
El serbio Igor Baros, sobrino de un general del Ejército serbio federal, tiene en la cocina de su precioso piso abuhardillado, en la calle de Nikola Tesla, en Sarajevo, un gran agujero por el que entran las palomas, pero por el que también cabría una vaca.Se lo hicieron los subordinados de su ya no muy apreciado pariente hace tres días. Igor está convencido de que los acuerdos firmados por la guerrilla y el Ejército serbio para el alto el fuego y la apertura del aeropuerto no son más que tretas, y que mientras su tío y los compañeros de éste no teman sufrir el mismo castigo que infligen ellos a Sarajevo, el drama de esta ciudad no habrá concluido.
Mientras comenta esto, una granada de mortero hace explosión en la casa vecina, el serrallo medieval de Morica Han, convertido en restaurante y que lentamente va quedándose sin tejado. Las paredes del bello patio interior están marcadas por las violentas huellas de la metralla.
El pope y la musulmana
Dragan, el joven pope de la iglesia serbia de la calle del Mariscal Tito, busca refugio en casa de la musulmana Fikreta Polovina cuando el tío de Igor y los defensores de la causa serbia bombardean el centro de la ciudad, donde está su iglesia, del siglo XVI, construida al mismo tiempo que la vecina mezquita, junto al bazar, ya mutilada de su minarete por las bombas.
Dragan tiene un hijo de tres meses y cocina para él las papillas con lo que encuentra en casa de Fikreta, viuda del psiquiatra y célebre cantante y coleccionista de poemas medievales bosnios Himzo Polovina.
Cuando los bombardeos se intensifican en el centro antiguo, todos, los Palovina, Dragan y otros vecinos musulmanes, bajan al piso primero, en el que tiene su sacristía la iglesia ortodoxa. Allí, serbios, musulmanes, católicos y judíos comparten el té, el pan que han encontrado y el miedo.
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