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Tribuna
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Es necesario un gran pacto para acceder a Europa

España, una democracia política y socialmente homologada en la comunidad de los países democráticos, se enfrenta ahora al gran reto de homologarse con el promedio de los países pertenecientes a la Comunidad Europea. Sería especialmente grave que, ante esta gran oportunidad, se lleguen a producir situaciones límite de desacuerdo en el terreno social, económico o laboral. Es la hora de dar una prespuesta positiva que se concretaría en un gran pacto.

Siempre que me viene a los oídos la afirmación de que la democracia ya está definitivamente consolidada en España, no puedo por menos que pensar que ésta es una realidad, como todas, más dinámica que estática. No debemos olvidar que el movimiento se demuestra andando y que una democracia auténtica consiste más bien en un quehacer diario que en una situación final en la que un país pueda sentirse definitivamente instalado.Lamentablemente, la fragilidad de la democracia no precisa demasiadas demostraciones. No hay más que seguir el hilo de la historia, o, lo que es lo mismo, la emisión diaria de cualquier telenoticiario para darse cuenta de que incluso en países tradicionalmente formados en la más pura tradición demócrata y liberal se dan ejemplos de esa intrínseca naturaleza estable.

Un paréntesis de 40 años_

Tanto más en España, con su célebre paréntesis de 40 años. Pero por fortuna, una vez superados, gracias a la generosidad de sus principales protagonistas y gracias al acuerdo histórico que fueron capaces de alcanzar en un momento dado, España, y Cataluña con ella, pudieron evitar las posibles contrariedades que hubiera desencadenado una transición mal digerida. Ejemplos de ello no faltan en la nueva Europa formada a partir de la caída de los autoritarismos del este.

Los célebres Pactos de la Moncloa fueron, a mi entender, el máximo exponente de aquel gran acuerdo. Sindicatos, partidos políticos de la más diversa raíz ideológica, fuerzas económicas y sociales, supieron encontrar el mínimo común denominador necesario para asegurar el necesario avance del país. Lógicamente, un gran acuerdo es un acuerdo en el que nadie queda totalmente satisfecho: la satisfacción total de unos supondría indefectiblemente la insatisfacción total de otros.

Pero el caso es que España pudo dotarse de un valioso instrumento de progreso. Se trataba no sólo de superar la fase autoritaria que habíamos vivido, sino de establecer las reglas de juego y de diálogo imprescindibles para afrontar el futuro con un mínimo de garantías.

Ni que decir tiene que el examen fue superado con creces. La transición política y económica de España pasó, con todo merecimiento, a ser ejemplo mundial de diálogo y negociación. Pero, como siempre, en cuanto pasan los años aparece el peligro de dormirse en los laureles.

Y eso es lo que podría llegar a pasamos: hoy nos encontramos ante otra gran ocasión de demostrar al mundo y -lo que aún es mejor- demostrarnos a nosotros mismos, que aquello no fue una casualidad. España ya es una democracia política y socialmente homologada en la comunidad de los países democráticos, por mucho que haya que seguir trabajando para seguir profundizando en ella.

Competitividad

Pero los retos siguen presentes en la historia de nuestro país. Ahora se trata de homologar económicamente el Estado Español con el conjunto, o mejor dicho, con el promedio de los países pertenecientes a la Comunidad Ecnómica Europea. "Competitividad" es el nombre de ese nuevo reto recientemente formalizado en Maastrich.

No parece, por cierto, que el resto de nuestros socios europeos esté pasando por un momento especialmente brillante en ese campo de la competitividad. Por suerte o por desgracia, las dificultades de tipo social que padece Francia; las contrariedades económicas y financieras del Reino Unido de la Gran Bretaña; la conflictividad laboral de un país como la República Federal de Alemania que vive la lógica complejidad de su proceso de sunificación; la casi permantnen inestabilidad política de Italia; sus circunstancias relativizan considerablemente nuestro problema.

Pero haríamos muy mal en instalarnos en esta consideración sin tratar de mejorar nuestras posiciones, por nosotros mismos, en aquello que depende exclusivamente de nuestras actitudes y trabajos.

En ese contexto, y ante la gran oportunidad europea que nos abre sus puertas, parece especialmente grave que se lleguen a producir situaciones límite de desacuerdo en el terreno social, económico o laboral. Sinceramente, parece que la hora que está sonando no es la del enfrentamiento sino la de dar una respuesta positiva a la nueva oportunidad que nos brinda la historia.

Intereses generales

Como no me canso de repetir, las Cámaras de Comercio, Industria y Navegación son instituciones legalmente obligadas a velar por los intereses generales de todos nuestros agentes económicos. Aquí no cabe la defensa de unos segmentos sociales o económicos frente a otros. Esa es precisamente nuestra fuerza y nuestra responsabilidad.

Y es desde esa responsabilidad desde la que esperamos que las demás instituciones económicas, políticas y laborales del país hagan frente a las suyas, en este momento especialmente importante que en modo alguno podemos desperdiciar.

Antoni Negre i Villavecchia es Presidente de la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Barcelona.

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