Ramón el Portugués, un caso singular en el cante actual

Ramón el Portugués es un caso singular en el panorama del cante actual. Gitano extremeño, de la familia de Porrina por partida doble -sobrino carnal y yerno-, es, seguramente, de toda esa larga dinastía flamenca el mejor cantaor, el que tiene mayor jondura y desgarramiento, un dramático sentimiento que a veces convierte su cante en puro treno de agonía. La bondad, la grandeza de su cante, son incuestionables. En ocasiones los aficionados, incluso la crítica, dicen que está influido por Camarón; pero si rastreamos bien ese ir y venir de contagios a lo mejor descubrimos que fue Camarón quien bebió del Portugués, especialmente en los aires extremeños. Lo que ocurre es que Ramón no ha tenido cabeza para administrar sus excepcionales posibilidades cantaoras y labrarse una carrera sólida y consecuente.

Prueba de esa falta de rigorprofesional es que el disco que ahora saca a la luz llevó casi tres años de elaboración, pues se hizo a saltos, sin continuidad, al arbitrio de las veleidades, los estados de ánimo y las fragilidades fisicas del cantaor. Y pese a ello es una grabación excelente. No lo fue tanto el concierto de presentación. La primera parte pasó con más pena que gloria. Hizo unas soleares irregulares, desmeduladas de la armonía y belleza propias del género. Fue a peor con el taranto-taranta, que literalmente destrozó. Después ya se refugió en el ritmo puro, acompañado por un nutrido grupo de percusionistas, con lo que hubo un considerable barullo en el que, alguna vez, se destacaba un grito anárquico y con poco sentido del cantaor.

Parece que debió reflexionar en el descanso, porque la segunda parte subió considerablemente de calidad, aproximándose por siguiriyas al cante que él es capaz de hacer. Lo demás, incluso la granaína que uno difícilmente pensaría estuviera en el repertorio de este cantaor, tuvo su encanto. Y la noche se salvó, afortunadamente. Porque Ramón el Portugués es un cantaor que merece los honores máximos de lo jondo.