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FERIA DE SAN ISIDRO

Una corrida bronca

Aguirre Campuzano, Sánchez Puerto, CuéllarToros de Dolores Aguirre, de gran trapío, excepto 6º protestadísimo; varios poderosos -3º derribó dos veces-, 4º bravo, en general broncos.

José Antonio Campuzano: estocada atravesada trasera y cuatro descabellos (pitos); pinchazo hondo trasero y descabello (silencio).

Sánchez Puerto: media atravesadísima y descabello (silencio); bajonazo escandaloso (pitos). Juan Cuéllar: aviso antes de entrar a matar, tres pinchazos bajos, pinchazo tendido hondo bajo y descabello (aplausos y también pitos cuando saluda); cuatro pinchazos bajos y media atravesadísima descaradamente baja (palmas). Plaza de Las Ventas, 24 de mayo. 16ª corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

JOAQUÍN VIDAL

Un corridón de toros hubo en Las Ventas. Si se hace salvedad del sexto, que se protestó por falta de trapío (y, en efecto, no lo tenía), fue un corridón de toros. Un corridón de toros con trapío suficiente para asustar a medio escalafón de matadores. O más de medio, pues de todos cuantos hay en ese escalafón únicamente tres demostraron la valentía y lo que hay que tener para ponerse delante, mientras a los demás, el valor (y lo que hay que tener), se les supone. Los tres pasaron fatigas y se comprende: además de grande, cuajada, cornalona y seria, la corrida salió bronca. O sea, que resultó mala. Quiere decirse: mala, según se mire.

El concepto de corrida mala y de corrida buena depende de quien la juzgue. Las corridas que son buenas para esa clientela de la isidrada que, pasada la feria, ni se aparece por una plaza de toros, a lo mejor son malas para los aficionados. Y al revés. Porque a esa clientela le da igual que el toro sea una mona, mientras a los aficionados no, y exigen, lo primero de todo, el toro; el toro en toda su integridad, que garantice la autenticidad de la fiesta.

La bronca corrida de Dolores Aguirre, en consecuencia, seguramente frustró a la clientela de la isidrada, pero para los aficionados poseyó el interés que siempre suscita el toro, con su respeto y con sus problemas. Hubo toros de poder, los hubo mansos y los hubo bravos. O quizá debería decirse presuntamente bravos. El cuarto tomó dos varas metiendo los riñones, humillado y fijo en el peto, y esa era manifestación de excepcional bravura. Aunque depende: uno de esos puyazos lo tomó junto a toriles, y en aquel terreno están las querencias que desvirtúan el comportamiento de los toros. Un tercer puyazo era imprescindible. No para que el toro recibiera más castigo sino para comprobar hasta donde llegaba su bravura. Sin embargo el presidente cambié el tercio y dejó en pura incógnita la categoría real del toro.

El único de casta noble, sostenida hasta rendir la vida, fue el primero, y José Antonio Campuzano lo toreó precipitadamente, más atento a taparse que a embarcarlo con el temple y el ajuste que requieren las suertes bien hechas. Pero tampoco era de extrañar: las casta de ese toro habría desbordado a la mayor parte de los toreros de postín, y cuanto más de postín, más desbordados.

La casta supuso un problema añadido a las muchas dificultades que presentaron los toros. El peor lote le correspondió a Sánchez Puerto, con un toro gazapón al que intentó dar pases sin conseguir redondearlos, y otro peligroso, al que macheteó por la cara librando como podía las tarascadas. El toro presuntamente bravo quedó agotado y Campuzano se dedicó a ahogarle su escasa embestida.

Toro reservón el tercero, Juan Cuéllar lo estuvo consintiendo y encelando hasta lograr dos estupendas tandas de redondos, que se jalearon. Y ahí debió concluir la faena, pero la prolongó innecesariamente y Ia presidencia le envió un aviso antes de que entrara a matar. El sexto, protestado ruidosamente por falta de trapío, tomó tres puyazos en regla, resultó manso y escapó de la muleta cuantas veces se la presentaba Cuéllar. El deslucido trasteo constituyó la rúbrica que correspondía a una mala corrida de toros. Mala como tantas otras, es cierto. Mas con la particularidad de que eran toros, torazos íntegros, lo que se lidió allí, y la autenticidad de la fiesta, con sus interés y sus emociones, había quedado a salvo.

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