La futilidad de 95 minutos de música
Paul McCartney tiene ya un lugar ganado en la historia de la música tras haber escrito algunas de las melodías más bellas de este siglo. Por suerte para él esa merecida fama se la ganó hace ya bastante tiempo, porque si su entrada en la historia dependiera del Liverpool Oratorio lo iba a tener bastante difícil. Es más, se puede afirmar sin miedo al error que si el oratorio de marras estuviera firmado por cualquiera otra persona hubiera tenido serios problemas para ser estrenado y, de haberlo conseguido, hubiera pasado totalmente desapercibido, entrando directamente en el saco del olvido. Pero nuestra sociedad es mitómana por excelencia y Paul McCartney es Paul McCartney.
A pesar de todo ni siquiera el reclamo del ex Beatle sirvió para llenar el recinto olímpico, aunque unas 10.000 personas son bastante más de lo que la historia musical se merecía.
Liverpool oratorio
De Paul McCartney y Carl Davis. Royal Liverpool Philharmonie Orchestra and Chorus y Coros de la Catedral de Liverpool. Carl Davis, director. Palau de Sant Jordi, 22 de mayo.
Curiosamente, una parte del público todavía ignoraba la ausencia de McCartney y más de una cara reflejó su disgusto al conocer la noticia. El nombre y la foto de McCartney presidía toda la publicidad,como si fuera el único protagonista de la velada. Nadie anuncia un concierto de Bach, por ejemplo, utilizando sólo la caradel compositor y sin dar más detalles, pero en este caso quedaba claro que el único motivo de atracción era el nombre del ex Beatle y se jugó la carta a fondo.
Otro punto sería hablar de la nula idoneidad del local para un acto así. Lo mejor era inmiscuirse en el acto social y dejar un poco de lado el escenario, ya que en el aspecto musical pocas sorpresas iban a vivirse esa noche. O tal vez sí, una: la sorpresa de comprobar la futilidad de 95 minutos de música que transcurrieron entre la más pura banalidad.
De la interpretación poco puede hablarse, porque la sonorización nos dejó sin matices ni planos sonoros, las secciones de la orquesta se pisaban lal unas a las otras y tapaban al coro con una molestísima y constante saturación de agudos.
Luchando contra las sonorización los cuatro solistas vocales cumplieron con oficio y sólo destacó Barbara Bonney, que bordó su papel.
En resumen: una nadería que nos podríamos haber ahorrado sin remordimientos y cuyo estreno sólo se justificó como campaña de ayuda a la Fundación Síndrome de Down que lo patrocinaba.
Babelia
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