Malditos faralaes
El estreno mundial de Carmen trajo al relajado ambiente de Estocolmo un calor solar desacostumbrado. A la entrada de la Casa de la Danza, un teatro ejemplar con el único museo del mundo dedicado en exclusiva a la especialidad y ese día lleno hasta la bandera, unas chicas de mantoncillo y volantes repartían claveles rojos y puros de chocolate con medida de gran habano. Allí el flamenco arrasa, y todo lo que suene a hispano atrae y es recibido como una fiesta. El complemento al estreno fue Bernarda (1978), que ya es un clásico contemporáneo. Ek parte de Lorca, pero va lejos. Su profundidad aflora en un despliegue corporal lleno de significados humanísticos. Eso que da en llamarse lo español aparece expuesto en citas de braceo, cadera, zapateado y vueltas, donde nunca hay vulgaridad ni españolada. La síntesis es tan objetiva que llega a pensarse si Ek no será al ballet moderno lo que Petipa al académico en aquello del vertido del estilo español a sus respectivos lenguajes; si el francés hizo cuajar para siempre los acentos de Kitri, Basilio (Don Quijote), y Paquita, el sueco consigue otro tanto en las variaciones de la criada en Bernarda o los vibrantes solos de Carmen.
Cullberg Ballet
Bernarda: Mats Ek / J. S. Bach, Eduardo Tárrega y collage musical. Carmen: Ek / George Bizet (suite de Rodion Schedrin). Dansens Hus. Estocolmo. Del 15 al 17 de mayo.
El coreógrafo exige virtuosismo, pero siempre al servicio del instinto tierno que le caracteriza. El personaje de Bernarda es interpretado por un hombre, y el recuerdo del belga Luc Bouy, que lo creó, vuelve siempre, a pesar de que el finlandés Veli-Pekka Peltokallio lo desempeña correctamente. En esta tragedia se llega al ballet puro con detalles conmovedores, como puede ser en lo técnico la contracción grahamniana por representar la contrición religiosa, y en lo estético, el manteo del pelele a través de una silla que es el hombre deseado entre mujeres solas.
Un reto
Carmen es siempre un reto. Hoy más, que abundan en demasía. Bailarinas de prestigio se han desdoblado en la mítica cigarrera sevillana: Zizi Jeanmarie, Maya Plisetskaia, Alicia Alonso, Marcia Haydée y ahora la zaragozana Ana Laguna. Mats Ek ambienta la suya en la guerra civil española, y no está del todo independizada de la de Alonso, en parte por el uso de la suite que Schedrin preparó sobre temas de la ópera homónima y de L'Arlésienne, siguiendo un libreto pensado para Plisetskaia. El concepto estético es raro. Un gigantesco abanico amarillo con topos negros es el telón de fondo, pero tiene una herida en el centro y por allí salen todos. El asunto se oscurece con el vestuario, que es erróneo e incomprensible: Carmen no necesita tantos faralaes, y menos si son dorados. Ojalá que este excelente ballet perdure y la ropa se gaste pronto. Es lo que se deseante una creación riquísima de material y espíritu, donde Ek sigue fiel a su estilo capaz de hacer convivir humor y tragedia.
Laguna está brillante. De cada mil bailarinas, una es así le verdadera. Lo de su potencia, aún intacta, es un milagro. Si su particular Giselle está ya con seguridad entre las grandes, la Carmen también lo estará en cuanto alguien sensato le quite la bata de cola de su tocaya Miranda. La diseñadora Marie-Louise Ekman (sus esculturas pueden verse en el pabellón sueco de la Expo 92), que acertó brillantemente en Giselle, Bernarda y El lago de los Cisnes, aquí ha perdido el norte buscando el sur.
Babelia
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