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Y salió la mona

Sepúlveda / Ortega, Ojeda, Lozano

Toros de Sepúlveda, mal presentados, terciados, lº y 5º anovillados, 2º exageradamente cornicorto; flojos y pastueños; 6º, bravo.

Ortega Cano: estocada a un tiempo (oreja con algunas protestas); dos pinchazos leves y se tumba el toro (división y también protestas cuando sale a saludar). Paco Ojeda: bajonazo descarado trasero (silencio); pinchazo bajo, media estocada tendida trasera caída, rueda de peones y descabello (vuelta). Fernando Lozano: estocada corta trasera descaradamente baja (silencio); pinchazo y estocada corta trasera caída (pitos).

Presenciaron la corrida desde una barrera el Rey, acompañado por su hermana, la duquesa de Badajoz y, desde el palco real, su madre, la Condesa de Barcelona.

Plaza de Las Ventas, 18 de mayo.

10ª corrida de feria.

Lleno de "no hay billetes".

De vísperas salió el toro y, el día después, la mona. Era de esperar, con figuritas en el cartel. Salió la mona y todo el mundo se puso contentísimo, excepto unos cuantos cientos de aficionados, que protestaron airadamente por la estafa, y el resto del público, al que la estafa le complacía mucho, los quería echar de la plaza. A la gente le va la marcha, no cabe duda. La masa triunfalista y aplaudidora, molesta porque la masita opositora le estaba estropeando la fiesta con sus exigencias de toro, toreo y restantes zarandajas -¡a quién se le ocurre pedir semejantes rarezas, en una plaza de toros!- se puso a gritar "Fuera, ftíer-a!", y la masita respondió gritando: "¡Ignorantes, ignorantes!". Lo curioso es que los de la masita sería menos, pero se les oía más, quizá porque tienen bien entrenadas sus gargantas. Pero les daba lo mismo: mientras se desgañitaban, la estafa se iba consumando, de principio a fin y con todos sus pronunciamientos.Ortega Cano y Paco Ojeda, a la mona, la pegaron pases. No siempre, claro, porque una cosa es que salga la mona y sea santa y otra, bien distinta, que se acomode al estilo del actor. Cualquier torero a cualquiera de aquellas monas les habría cortado sus dos orejitas cabales y, además, se las comería con patatas. 0 sea, 2 x 6 = 12; 12 orejas en total. En cambio, entre los tres que disfrutaron de la monería aquella, sólo consiguieron cortar una, y gracias.

Hay toreros que necesitan su toro. No el toro bueno, noble, santo y mona, sino un toro exclusivo que ha de crear el Dios de los cielos para que le deje pegar los pases que su inspiración le dicte, y si no les sale justo a esa media dicen que es de contraestilo. A Paco Ojeda le correspondió un primer toro cornicorto hasta la exageración, flojito de patas, que se hacía de miel cuando veía delante la muletaza del afamado diestro, y no le cortó la oreja ni nada. Tampoco lo toreó pues, como era de contraestilo, pegaba pases destemplados, echaba a correr al rematarlos o se metía en el costillar escapando de la dulce embestida. El quinto, en cambio, anovillado y babosilla, sí era de su estilo privado y le pegó los pases asentando las zapatillas en la arena -la del pie natural, donde correspondía para no caerse; la del pie contrario, en Barcelona- y luego le empalmó pases de pecho cerquita de los pitones, que es su especialidad. Lo hizo perfecto.

El toro primero, tipo sardina y de una bondad enternecedora, le valió a Ortega Cano para instrumentar los naturales tal cual fueron concebidos por su inventor e interpretarlos con gusto. A esos naturales, que ejecutó sin excusa ni demora de los tiempos clásicos, para ser auténticos únicamente les faltó un detalle bastante tonto: el toro. El cuarto, igual de obediente que sus hermanos, pero paradito, le valió a Ortega Cano para entonar un romance de valentía ahogándole la escasa embestida.

Fernando Lozano se encontró con un tercer toro pastueñito al que fue incapaz de templar un solo pase y con un sexto toro que, además de noble, resultó bravo. Este toro ya no era la mona. Este era toro entero y verdadero. Este toro llevaba en cada uno de sus pitones un cortijo, y se los estuvo regalando a Fernando Lozano durante toda la faena de muleta. "Toma", le mugía. Sin embargo, Fernando Lozano no tomaba nada. Fernando Lozano debía de creer que los cortijos tocan en las tómbolas y lo toreó fatal. El toro rindió la vida de mal espadazo y se lo llevaron al desolladero con las orejas en su sitio.

En realidad el desolladero estaba lleno de orejas, mientras el tendido estaba lleno de toreros a los que se les hacía la boca agua viendo aquellos animalitos de Dios, tan buenos, que se iban al desolladero vírgenes de toreo. En esta corrida a todo el mundo le apetecía torear: al escalafón entero de coletudos, a la afición conspicua, al público aplaudidor y a la señora que vende los claveles. El día anterior, en cambio, fue distinto. El día anterior, con aquellos torazos pregonaos, se estaba mejor detrás de la barrera. Que se lo pregunten a José Luis Bote a quien uno de ellos de poco lo parte en dos. Muy injuta y muy cruel han puesto la fiesta ¿verdad?

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