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La italiana 'Ladron de niños' se sitúa entre las candidatas a la Palma de Oro

El cine de EE UU presenta obras de contenido político inconformista

Los tres paneles de calificación de los filmes en concurso, en los que los críticos cinematográficos de todos los países sintetizan sus opiniones en números, enuncian las películas que más posibilidades tienen de ganar la Palma de Oro, máximo premio de este festival. Hasta el momento la película mejor puntuada es la norteamericana de Robert Altman The player; seguida de cerca por dos británicas: The long day closes, de Terence Davies, y Howards End, de James Ivory. Y desde ayer, hay que incorporar a esta lista a la película italiana Ladrón de niños, cuya sencillez, emotividad y transparencia clásica, convierten a su director, Gianni Amelio y a sus intérpretes, dos niños desconocidos, en protagonistas del día.

La película cuenta una historia difícil de afrontar con sinceridad, por amarga y dolorosa: el itinerario desde Milán a Sicilia de un joven carabinero, encargado de devolver a su lugar de origen a un niño enfermo de 9 años y a su hermana de 11, a la que su madre -ahora encarcelada por ello- ha dedicado, para escapar así de la miseria, a la prostitución.El niño asmático y la niña prostituta están creados con tanta verdad por sus jovencísimos intérpretes, que con sólo su presencia esta película hubiera sido de por sí excepcional. Pero hay más en ella: el escabroso asunto es desarrollado por Gianni Amelio con gran elegancia y un pudor que se agradece, dada la naturaleza del asunto.

El cineasta italiano extrae escándalo e indignación de las miradas de la niña prostituta y de su hermano, en imágenes situadas al borde de la lágrima, pero con el peligro de caída en el melodrama perfectamente sorteado por la sencillez de las resoluciones de cada escena y por la credibilidad casi documental de la ficción. El buen gusto y el buen pulso, es decir: la generosidad y el vigor narrativos, redimen a la película de la amenaza de estética de la miseria. Es una obra limpia, grave y adulta, que a veces pide bajar la mirada, pero que no incurre en sentimentalismos de género. Nos ayuda a entender y a sublevarnos. No hay singularidad alguna en la niña prostituta.

Es sólo una verdadera niña y su caso la salida a la luz de una norma oculta, una especie de vergüenza multitudinaria de Occidente, consecuencia fatal, pero natural, de las crecientes zonas de miseria que engendra, y en las que se apoya para mantenerse, nuestra ideología de la riqueza, forma hipócrita y con la cara lavada de un fascismo residual disfrazado de liberalismo, no hace falta decir que salvaje.

Hay muchas películas con trasfondo político inconforme en la selección oficial de Cannes 92. Y parece cada día menos casual que haya sido precisamente el lote de Estados Unidos donde se encuentren las obras con mayor crispación crítica contra la sociedad que describen: no cabe mayor dureza que la que llevan dentro Instinto básico, The player y Simple man, en cuanto imágenes de una sociedad en pleno proceso de descomposición.

La radicalidad de la situación que con modales suaves y conservadores intuyó Lawrence Kasdan en Gran Cañón, pierde la compostura en estas duras películas y en ellas se convierte en un alegato explícito e insistente: el modelo de vida y de sociedad estadounidenses son inservibles, conducen a sus habitantes a un callejón sin salida y amenazan con venirse abajo poco a poco, pero de manera inexorable.

Sólo el veterano Sidney Lumet, en Un extraño entre nosotros, protagonizada por Melanie Griffith, conserva la compostura de izquierdista al viejo estilo.

'Malcolm X'

Por el contrario, Tim Robbins con su Senador Roberts y Spike Lee, presentando su inmediata película sobre la vida y muerte de Malcolm X, no han hecho más que rubricar lo ya afirmado por sus colegas en concurso: en las tripas del coloso norteamericano algo se está pudriendo y busca salida en las calles de Los Ángeles y en las pantallas de Cannes, unas y otras encendidas y en estado de alerta roja.

En cambio, la alerta negra, como casi siempre, quedó reservada a España. Santiago San Miguel, desde hace años exiliado en el cine de Venezuela, ha vuelto a su punto de partida con una película más que digna y de estirpe esperpéntica. Se titula Hay que zurrar a los pobres y ha sido presentada aquí en la Quincena de los Realizadores. Duro de verdad en la imagen, aunque un poco retórico en los diálogos, estamos ante una macabra y negrísima metáfora de la España de hoy, sobre la que habrá que volver cuando podamos hablar de ella en su salsa. Aquí fue recibida con risas un poco crispadas y una buena ovación final.

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