La cuestion alemana
HASTA HACE un mes, lo que preocupaba en Europa era la fuerza de la nueva Alemania unificada, el temor a que su hegemonía en el continente alcanzase cotas excesivas. En dos o tres semanas, el cuadro se ha modificado radicalmente: lo que hoy causa inquietud y desvelo es la inestabilidad social, económica y política que se manifiesta en dicho país. Desde hace 20 años no se habían producido huelgas de una amplitud como las que han sacudido la vida alemana desde el 27 de abril. Y en el futuro se perfila la amenaza de nuevos paros masivos en el sector privado, sobre todo en la metalurgia. Incluso en el sector público, después del acuerdo firmado con la dirección del sindicato para un aumento salarial del 5,4%, los afiliados de base se han pronunciado mayoritariamente contra un acuerdo que consideran insuficiente.En el trasfondo de estas huelgas está la negativa de la población de Alemania Occidental de pagar los costes de la unificación del país. Contrariamente a las promesas que había hecho, el canciller Kohl ha tenido que elevar los impuestos para poder impulsar la recuperación de Alemania Oriental. La respuesta de los electores se manifiesta de dos formas: con unas huelgas que pueden poner en cuestión la solidez económica y financiera de Alemania, y con un descenso de los votos del partido democristiano (CDU), que ha perdido las últimas elecciones regionales. Hoy es evidente que la dimisión de Genscher fue el gesto de un político avezado que, en un momento en que goza de un gran prestigio, prefiere retirarse de un Gobierno que está haciendo aguas por muchos costados. Kohl y su partido están en las encuestas en su nivel más bajo: inferior al de los socialdemócratas (SPD), si bien ninguno de los dos partidos supera el 40%. En el land de Baden-Wurtemberg, el más rico de Alemania y el último gobernado por los democristianos (CDU) -hasta las elecciones del 5 de abril, se ha puesto en pie una "gran coalición", es decir, un Gobierno conjunto de éstos con el SPI), fórmula política que parecía olvidada en Alemania.
Kohl también está acosado dentro de su propio Gobierno por el partido bávaro CSU, la rama más derechista de la democracia cristiana germana. El tono de la prensa, por su parte, es pesimista, como lo refleja este párrafo del Frankfurter Allgemeine Zeitung: "El egoísmo corporativo y la mediocridad política triunfan. El consenso social parece peligrar por primera vez desde hace tiempo. La posición de Alemania está amenazada". Las críticas se dirigen especialmente contra el canciller Kohl, considerado culpable de haber aplicado, con fines electorales, una política precipitada en la unificación del país cuyos efectos salen ahora a la superficie y se traducen en un descontento generalizado de la población: en el oeste, porque no aceptan que su nivel de vida se reduzca; en el este, porque cada vez soportan peor su estatuto de inferioridad. Es cierto que aparecen ya signos de recuperación en la parte oriental y a largo plazo cabe esperar que de ello surjan nuevos estímulos para un auge de la economía germana. Pero la realidad actual muestra una inestabilidad en el país más poderoso de Europa que no se había conocido desde hace mucho tiempo.
No parece que existan soluciones fáciles. El SPD -por boca de su dirigente Bjorri Engholm- ha pedido la convocatoria de elecciones anticipadas. Ello sería prácticamente obligatorio si los liberales decidiesen retirarse del Gobierno, una posibilidad que no cabe descartar. Pero en cualquier caso, incluso si Kohl, acostumbrado a salir de situaciones dificiles, logra mantener su Gobierno, no cabe duda que su autoridad está tocada.
Las consecuencias de la inestabilidad alemana son graves para Europa, y concretamente para la puesta en marcha del proyecto de Maastricht, en cuya elaboración tuvo un papel esencial. Los enemigos de una construcción europea en profundidad se sienten estimulados. No es casual que el Reino Unido aproveche el momento, como se ha reflejado en el discurso de la reina Isabel II en Estrasbugo, para poner el acento en su idea de una Europa más amplia pero a la vez más desmembrada y en la que los avances de Maastricht hacia la cohesión, la moneda única y la unidad política queden postergados.
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