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LA TRANSICIÓN HÚNGARA / 2

Los taxistas en la oposición

La huelga en el taxi desveló la falta de plataformas reivindicativas y de interlocutores sindicales

Jorge M. Reverte

Los budapestinos gozan de un espléndido servicio público de transporte. El metro más antiguo de Europa, eficientes tranvías y autobuses y servicio ferroviario de cercanías. El precio del transporte es, además, barato.La existencia de esta red alivia en gran manera las dificultades para el uso de coche propio. No hay demasiados coches en Budapest, y en este año se han dado de baja 10.000 unidades para eludir el alto coste de los impuestos. La calle es de los taxis, millares de vehículos que compiten entre sí por capturar un pasajero para pasarle una cuenta a precios barceloneses en un país en el que el salario medio es de 11.000 pesetas al mes. Los turistas son, por supuesto, las piezas más codiciadas y con ellos se aplica la ley de exprimir al máximo al cliente. Ir al aeropuerto puede costarle al incauto hasta 3.000 pesetas si no negocia antes. Una carrera corta se llevaría el presupuesto de un día de una familia húngara. Pero los taxis no bajan sus precios y esperan, agrupados en manadas en cualquier esquina de la ciudad, la aparición del cliente.

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Empresarios y banqueros

Los taxistas son un poder en Budapest. Dejaron buena constancia de ello al poco de iniciarse la andadura del nuevo Gobierno. La subida de los precios de la gasolina provocó la reacción airada de los conductores de alquiler, que bloquearon los puentes sobre el Danubio y sumieron a la ciudad en el caos durante una semana. Los responsables políticos se sorprendieron ante un fenómeno nuevo: no había representantes con quien negociar, no había una plataforma de reivindicación, sino miles de coléricos taxistas actuando sin necesidad de celebrar asambleas, que se habían movilizado por el procedimiento simple de la charla exaltada en una parada de taxis.

El ejemplo de la huelga de los taxistas es el único de una confrontación de envergadura entre el Gobierno y un sector social, pero un aviso a tener en cuenta sobre posibles conflictos incontrolados. La necesidad de la reforma económica es tan evidente que ni el propio aparato del antiguo partido comunista, hoy Partido Socialista Húngaro, se ha planteado hacer una oposición frontal a esta política. Los sindicatos, herederos de los anteriores sindicatos únicos, son un feudo de los comunistas y el único contrapoder organizado a la política del Gobierno, según la valoración del propio ministro de Finanzas, Mihaly Kupa.

Los húngaros no están acostumbrados a la miseria. La falta de un sistema de seguridad social, de leyes que prevean la existencia del desempleo y la brutalidad del proceso de cambio de régimen (por mucho que haya sido gradualista la estrategia) han provocado que casi un tercio de la población se mueva por debajo de los límites que se consideran mínimos. En Budapest, en sitios previamente designados, el ayuntamiento y organizaciones caritativas ofrecen comida. Y hay decenas de millares de personas sin casa, trabajadores que vivían en pensiones baratas, que han perdido sus empleos y no pueden pagar otra habitación. Pese a ello, la ciudad ofrece un aspecto que no anuncia semejantes bolsas de miseria, más perceptible si se adentra el paseante en los numerosos soportales y patios interiores de las casas. La creciente pobreza significa que existe un tiempo limitado para poner en marcha medidas paliativas que mejoren la situación.

Los miembros de la oposición son conscientes de esta situación, pero hacen gala de una prudencia difícil de encontrar en otro país. Marcel Nagy, de la Comisión de Exteriores de la Federación de Jóvenes Demócratas, explica que la política de su partido no es la- de la oposición sistemática, sino que pretenden ganarse al electorado con una política de racionalidad que les presente como una fuerza capaz de gobernar. Los Jóvenes Demócratas son una de las mayores originalidades del panorama húngaro: se trata de un partido afiliado a la Internacional Liberal, formado por menores de 35 años, cuya seña de identidad más poderosa es la de estar limpios de relación con el régimen anterior. No tienen un programa preciso, pero hacen gala de capacidad de movilización y de valor. Su secretario general, Victor Orban, saltó a la popularidad cuando, el 16 de junio de 1989, durante la manifestación de homenaje a Irnre Nagy (el comunista que encabezó la resistencia a los soviéticos en 1956 y fue fusilado por ello) se atrevió a pedir la salida de las tropas soviéticas del suelo húngaro, cosa que nadie había osado hacer hasta el momento.

El principal rival del Fidesz en la oposición son los Demócratas Libres, un partido formado por los disidentes históricos del antiguo régimen. En sus filas militan los más prestigiosos opositores de las últimas décadas, personas de formación intelectual reconocida, como Marton Tardos, el padre de la reforma económica de 1968, o como Karoly Attila, otro economista de reconocido prestigio. Los Demócratas Libres forman un partido de centro izquierda y cosecharon en las primeras elecciones un 23% de los votos. La derrota del Partido Socialdemócrata, que no obtuvo ningún escaño, convierte a este partido en el único capaz de captar un teórico voto de izquierda que jamás se sentiría a gusto dentro del reconvertido partido comunista. Se da por hecho que el futuro gobierno será uno de coalición entre los Demócratas Libres y los Jóvenes Demócratas.

Españoles en Budapest

Por la delegación comercial española en Budapest han pasado docenas de empresarios. Muchos de ellos dejaron el intento de inmediato: no es fácil hacer dinero rápido en Hungría. "Los negocios en Hungría", dice María Luisa Ponce, de la embajada española, "requieren una gran paciencia". Quien la ha tenido ha visto sus esfuerzos recompensados, como la constructora Huarte o la publicista Aesma. Ahora se espera la decisión sobre el suministro de 100 millones de dólares en material de ferrocarril. La española CAF está bien situada junto a una firma alemana. El interlocutor del Ministerio de Finanzas no quiere ser identificado al declarar: "A igualdad entre una empresa española y una alemana, preferimos la española". Un efecto de la historia y la geografía: es casi imposible un choque entre españoles y húngaros, y con los alemanes ha habido muchos.

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