Allí también son fieras
Estuvo 20 minutos bajo un novillo que se le arrancó en el campo. Gritó para pedir ayuda y lo que hizo fue provocar que la res se encelara más y le buscara con el pitón izquierdo. "Nunca hay que fiarse del toro. Tumbado ahí parece incapaz de moverse. Pero cuando se inquieta es una fiera". Tras decir esto, José, el mayoral de los peñatos, da media vuelta y entra en el corral del Batán para echar la comida a los novillos que se lidian mañana.
Vocea. Y las reses se van apartando. "Conocen mi voz y les tranquiliza. Es lo único que les resulta familiar en un ambiente extraño como éste". Pero José, como todos los mayorales, se muestra siempre atento. "Todos los años muere algún compañero. Una vez, hasta cinco. Lo que pasa es que nadie se entera. Cuando un toro se te arranca y estás solo en el campo no hay nada que hacer". Entonces Luis, el de los bohórquez, habla también de cuando se tuvo que tirar al pilón. Todos tienen un drama que contar.En la Venta del Batán sobra tiempo para charlar. Los mayorales, acostumbrados a no parar en el campo, se aburren estos días en Madrid. Si la estancia fuera al menos en la ciudad, quizá sería más llevadera. Pero se pasan una semana encerrados, casi como sus toros, en el Batán. Porque tienen que cuidarlos esos días más que nunca. Que se estropearan después de cinco años de cuidados sería imperdonable.
"Lo peor es al principio", cuentan. "Porque el toro acusa un corral que no conoce y se muestra nervioso hasta que se acostumbra al público. También es la primera vez que se encierra con otros toros y puede cambiar el comportamiento que ha mantenido con ellos a campo abierto, Vienen entonces las peleas y los problemas". Es frecuente que haya que separar la corrida y pase a ocupar dos corrales pan evitar que se corneen.
Un toro por los aires
Los mayorales más veteranos, aquellos que raro es el año que faltan a su semanita en el Batán, recuerdan un hecho espeluznante. Dos toros iniciaron una pelea con otro. Llegaron a levantarle por encima de la empalizada y lo tiraron a la zona central que sirve de separación a los corrales.
Y es que el toro es de temer cuando se inquieta. En los corrales conserva una actitud indolente, siempre sesteando rumiando. Pero en cualquier momento puede transformarse. Por eso los mayorales duermen estos días allí mismo, en las dependencias de la Venta. Nunca se sabe cuándo tendrán que intervenir.
Esto es algo que le parece exagerado al público, que espera, paciente, a que a la manada se le ocurra hacer una gracia. No hay manera. Pero todo es apariencia.
Dentro, en esos corrales, hay seis fieras y el mayoral sabe que en cualquier momento puede liarse. Y no será culpa de los toros. Algo les habrá podido asustar y su defensa será embestir de, todo lo que recelen.
Por eso el mayoral, aunque cuando entre en los corrales los toros reculen, toma precauciones. Procura darles de comer cuando el público ya no está. Para que nada les pueda hacer cambiar de actitud.
Objetos en el corral
Y de alardes, nada. Siempre está el niño al que se le cae un juguete al corral o la señora a la que se le vuela un pañuelo. Si lo reclaman les contesta que vuelvan al día siguiente.
Pero el público no es el enemigo. También hay tiempo para confundirse entre él, sobre todo si la corrida está bien presentada. Entonces el mayoral se recrea. con los comentarios que escucha.
Hasta ahora el que más se ha paseado por el Batán es José Fernández, el de los peñatos. No son toros, pero como si lo fueran. Por eso. "Claro que ha sido halagador oír los comentarios de la gente", reconoce.
José se ha pasado ante los corrales horas contemplando, orgulloso, sus toros, que rebosan trapío por todos lados, aunque algunos no hayan visto más que tres toneladas de carne. "Es que no se mueven", escuchaba. "Da igual", dice él. "En el Batán nadie molesta, que para eso se exponen los toros, para que se critiquen".
Babelia
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