Un hombre de suerte
Lester Bowie es un hombre de suerte. En los últimos años ha logrado resarcirse con creces de los difíciles tiempos pasados, cuando pertenecía a un círculo de músicos que arremetía sistemáticamente contra todo lo establecido. Entonces no le quedaba más remedio que dejarse ver en la primera línea del coro de inconformistas, pero no podía olvidar que, de niño, dejaba abierta la ventana de su cuarto mientras practicaba con la esperanza de que Louis Armstrong le escuchase y descubriese su talento. Esta dicotomía ha marcado toda su trayectoria y, finalmente, le ha aupado hasta convertirle en un músico influyente que idea proyectos sin cesar y diseña grupos a su medida.Ahora se permite el lujo de repasar su escudería y decidir qué banda saca de gira. Con Brass Fantasy tiene el campo abierto y puede aspirar a gustar a niños y a grandes, a tiros y a troyanos. Suerte tiene de que esta propuesta inocente, tirando a comercial y de escasas pretensiones, le parezca a buena parte de su público un síntoma inequívoco de modernidad y de inquietud intelectual sin límite.
Lester Bowie's Brass Fantasy
Lester Bowie, Tony Barrero, E. J. Allen y Gerald Brazel (trompetas y fliscornos), Frank Lacy y Luis Bonilla (trombones), Vincent Chancey (trompa francesa), Bob Stewart (tuba), Vinnie Johnson (batería) y Famoudou Don Moye (percusión). Madrid. CMU San Juan Evangelista. 6 de mayo.
Y así podría ser si Bowie cuidase un poco más los arreglos y su propia técnica instrumental, tachada unánimemente, incluso por él mismo, de bastante limitada. El trompetista tiene un problema adicional en la ambientación de determinadas canciones. Cuando arregla piezas de cortefunky o de pop ligero lo hace con solvencia, pero cuando debe afrontar composiciones más densas, de mayor contenido dramático, la situación se le escapa de las manos.
En su concierto madrileño hubo dos ejemplos palpables, y la perjudicada fue, en, ambos casos, Billie Holiday. Strange fruit (Extrafiafruta), utilizada por el líder para recordar los últimos sucesos raciales, empezó con efectos de aullidos de lobos, como si el árbol del que pende el negro linchado al que alude la canción se encontrase en el mismo corazón de Transilvania y no en un campo del sur de Estados Unidos. Otro dislate parecido sucedió en Good morning heartache, una pieza amarga que Brass Fantasy trivializó hasta la desazón.
Pero Bowie es un maestrillo que lleva en su librillo un capítulo entero dedicado a los resortes que mueven el corazón del oyente, y le basta consultarlo brevemente para congraciarse hasta con su más recalcitrante detractor. Los resortes fueron en esta ocasión Black & White, el éxito de Michael Jackson y The Grat Pretender, la pieza insignia de la banda, que sirvió al líder para presentar a sus compañeros, especialmente brillantes los dos trombonistas, Frank Lacy, y Luis Bonilla, y el encargado de la tuba, Bob Stewart.
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