Periodismo inquietante

Leo con asombro el artículo de Erich Böhme Prensa descarada, prensa monjil (EL PAÍS, 20 de abril), y mi asombro aumenta ante la ausencia de toda respuesta, por lo menos hasta el día de hoy. Dejando de lado expresiones tan ambiguas y, precisamente por las razones aducidas por el autor, tan peligrosas como "Ia obligación del periodista a publicar toda noticia lista para ser impresa" (¿qué significa lista, en el contexto?), o el título de "subsheriff" que Böhme (no la Constitución) otorga a la prensa, y aceptado que el periodista ha de gozar de toda libertad en su trabajo, es por lo menos inquietante el que Böhme se arrogue el derecho de denunciar a alguien de algo "aunque no me sea posible probarlo hasta el último detalle". Supongamos que en esta carta yo afirmara que herr Böhme es un hijo de mala madre, aunque no pudiera probarlo hasta el último detalle. No siendo yo periodista, supongo que herr Böhme se querellaría por difamación. Y tendría razón. Y ganaría la causa. Y con justicia. Pero, según sus afirmaciones si yo si fuera periodista, él no tendría derecho de acusarme de nada, pues, usando algo así como una patente de corso, un periodista puede expresar públicamente más cosas, y mucho más atrevidas, que un simple ciudadano.

Herr Böhme dice, confiar en el "autocontrol" de la prensa para evitar excesos. Es bonito. Y si su actitud se aplicara en todos los órdenes de la vida, probablemente herr Böhme no tendría en su caja fuerte un contrato para proteger su puesto de trabajo: confiaría en el autocontrol de sus empleadores. Ni tendría un contrato de alquiler de su apartamento: confiaría en el autocontrol del dueño de su casa. Ni tendría una libreta de familia en la que constara su unión legítima con su legítima esposa: confiaría en el autocontrol de su señora. La confianza es una calidad que debemos cultivar, pero no nos sería posible vivir en sociedad sin algún tipo de contrato para cada vínculo funcional en el que estemos implicados.

No, ningún periodista ha de demostrar cualidades éticas superiores a las del común de los mortales. Pero tampoco ha de pretender licencia para lo que el común de los mortales no la tiene. La difamación no cambia de naturaleza según el oficio de las personas. Y la libertad de expresión no ha sido inventada para beneficio exclusivo de los periodistas.

Por último, es interesante que herr Böhme se manifieste tan satisfecho de la prensa alemana ("a los alemanes occidentales les ha ido bastante bien con su prensa"); que apueste tan ciegamente en el mercado libre de Renania Westfalia como correctivo de todo desmán de la prensa, y que termine por usar una expresión de escalofriantes resorrancias ("me pongo en seguida a descerrajar el seguro de mi bolígrafo"). Para desdicha de herr Böhme pero tal vez nuestra, España todavía no es Alemania.-