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LA HUELGA DE LOS PICADORES

Una manipulación indecente

J. V. La muerte de Montoliú no tuvo nada que ver con el caballo de picar. El toro que mató a Montoliú estaba picado incluso con exceso. La afirmación contraria, que algunos están divulgando para justificar la negativa de los picadores a utilizar los caballos reglamentarios, es una manipulación indecente; una forma insidiosa de amparar sus particulares intereses, a despecho del daño que puedan hacer a otras personas e instituciones y del atentado que supone a la propia dignidad y al respeto que es debido a la memoria del torero muerto.

La realidad es que aquel toro de la desgracia estaba inválido y difícilmente podía soportar las varas que el reglamento dispone. Es cierto que, pese a su invalidez levantó el caballo de picar dos veces como una pluma y lo corneó en el suelo, pero no es menos cierto que, tras la primera caída, Manzanares -a quien correspondía su lidia- se apresuró a pedir cambio de tercio, a lo que el presidente no accedió. Tras la segunda caída volvió a pedirlo con insistencia y esta vez el presidente dio por finalizado el tercio.

El mayor peligro del toro era,. paradójicamente, su debilidad, de manera que cuando Montoliú. le prendió el par de banderillas fatídico, estaba esperándolo, y pudo tirar, certero, la cornada. Luego, a. Manzanares le fue imposible torearlo de muleta porque, a pesar de sus valientes porfías, el toro apenas se movio.

Llamó poderosamente la atención la endeblez de aquel caballo, al que zarandeaba y corneaba a placer un toro inválido. En cambió, el siguiente toro de la corrida, más entero que el anterior, recibió las varas sin siquiera levantarle al caballo las patas del suelo. Algo extraño se estaba concertando en los entrebastidores del espectáculo y, arrastrado el segundo toro, desembocó en la irrupción de los picadores en el ruedo, unos a caballo y otros de paisano a pie, para manifestar su protesta. Lo hicieron cuando ya se sabía en la plaza que Montoliú había muerto, aprovechando así, en beneficio de su causa, la consternación sincera del público y la desgracia de un banderillero que acababa de dar una gloriosa lección de torería, asumiendo el riesgo consustancial a su oficio, con valor, con entereza y sin echar las culpas a nadie.

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