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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El predicamento de los siete grandes

UNA VEZ más se han puesto de manifiesto las dificultades para que en el seno del Grupo de los Siete (G-7: EE UU, Alemania, Japón, Francia, el Reino Unido, Italia y Canadá) pueda articularse una coordinación real de las políticas económicas de esas grandes potencias. Más allá del consenso sobre las condiciones que han de satisfacer las repúblicas integrantes de la extinta URSS para hacerse acreedoras de la ayuda económica, una vez adquirida la condición de miembros de pleno derecho del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, la reunión que se acaba de clausurar no ha ofrecido acuerdos relevantes que expresaran el espíritu de cooperación en que se ampara la existencia del grupo. Tampoco ha sido posible obtener decisiones que desbloqueen las negociaciones comerciales de la Ronda Uruguay del GATT.La pretensión de Washington de imponer al resto de los ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales, y en especial a los de Japón y Alemania, la adopción de políticas económicas orientadas al crecimiento no ha encontrado más apoyo que esas elípticas frases recogidas en el comunicado final, expresivas por sí mismas de la dilución del liderazgo de la economía mundial que han puesto de manifiesto las últimas reuniones.

La disminución del predicamento de EE UU en ese foro y el mayor equilibrio existente entre las posiciones de los tres grandes es consecuente con la pérdida de peso de la economía norteamericana en el concierto mundial y refleja la ausencia de ejemplaridad que han deparado los resultados de su política económica. Tras 18 meses de recesión, esa economía, según acaba de conocerse, ha registrado una tasa de crecimiento positiva del 2% en el primer trimestre de este año, inusualmente baja cuando se compara con fases anteriores de recuperación. La precariedad de ese crecimiento sigue siendo tributaria del excesivo endeudamiento en que incurrieron los agentes económicos de EE UU, con el Estado a la cabeza.

Por eso no deja de llamar la atención que sean los representantes de la Administración de EE UU los que en esta reunión hayan reclamado más persistentemente a sus homólogos alemanes la disciplina necesaria para reducir el déficit presupuestario derivado de la absorción de la desaparecida RDA, cuando hasta no hace mucho se reclamaba justamente lo contrario; las finanzas estadounidenses, por su parte, no son precisamente un modelo en el que sus autoridades económicas puedan sustentar la autoridad al respecto.

La disminución de los tipos de interés en Alemania y Japón, igualmente reclamada, contribuiría efectivamente a garantizar la recuperación de la economía mundial, pero sería necesario previamente que la propia Administración de Estados Unidos introdujera un mayor rigor en su política presupuestaria para que ella misma pudiera observar el descenso de los tipos de interés reales sobre los activos financieros con los que se paga su gigantesco desequilibrio presupuestario; sería necesario, en última instancia, que adecuara la magnitud y composición de sus programas de gasto público a las nuevas circunstancias internacionales, liberando ese "dividendo por la paz" al que la reducción de los gastos militares debía dar lugar.

Mientras tanto, apenas podrán surgir orientaciones de cierta significación de las reuniones del G-7 para la coordinación de las políticas económicas de los grandes, más allá de eventuales actuaciones de emergencia sobre los mercados financieros.

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