_
_
_
_
_

En la antesala de la muerte

La primera ejecución filmada reabre en EE UU la polémica por la pena capital

Hace una semana, en Estados Unidos, 2.588 personas esperaban la silla eléctrica, un batallón de fusilamiento, la cámara de gas o, en el mejor de los casos, la inyección letal. Tras la ejecución de Billy Wayne White, el pasado jueves, y el gaseamiento, dos días antes, de Robert Alton Harris, ya sólo aguardan su hora 2.586. Pero el nombre de Harris no sólo pasará a la historia como el ajusticiado número 169 de los últimos 15 años, sino como el primer caso en la historia en el que una ejecución se graba en directo.

La filmación de la muerte del primer hombre ejecutado en California en los últimos 25 años puede cambiar, sin embargo, las perpectivas del resto de los condenados. El juez ha permitido grabar el gaseamiento del convicto de 39 años para estudiar con material de primera mano las alegaciones sobre la supuesta crueldad de un método cuyo cuestionamiento ha ocasionado tantas idas y venidas de sentencias judiciales. La cinta no será pública, por expresa decisión del juez, aunque las presiones de la opinión pública para que se levante el secreto sobre la misma no se han hecho esperar. Grabadas han quedado, pues, las miradas de Harris hacia los familiares de sus víctimas, la petición de perdón que algunos testigos presenciales creyeron oír, sus jadeos cuando el gas blanco de cianuro entraba en sus pulmones, sus espasmos y salivaciones y el último vencimiento de su cabeza sobre su pecho.

Una ejecución en abstracto es una idea más llevadera que poner un rostro a alguien que agoniza en directo. Esta asunción es lo que ha llevado a la Asociación Americana para las Libertades Civiles (ACLU) a solicitar al magistrado que autorizara la grabación. ACLU quiere que juzge por sí mismo la crueldad del sistema, un método al que relacionan con las torturas nazis. La silla eléctrica, que se aplica en 11 Estados, no es mucho mejor. Los testigos, presenciales han relatado cómo el cuerpo del condenado se hincha y se quema antes de morir. La horca, que fue durante la época de los colonizadores el castigo por excelencia, se sigue empleando en Montana y en Utah, aunque con restricciones. El panorama de la pena de muerte en el país que se vanagloria de sus libertades civiles es desolador, sobre todo si se tiene en cuenta el apoyo popular a las ejecuciones.

Informar sobretodo

ACLU considera que es el desconocimiento lo que lleva a los ciudadanos norteamericanos a apoyar mayoritariamente la pena de muerte. "Nuestro mayor presupuesto se dedica a tratar de educar y dar información a la gente para que se oponga a la pena de muerte", declaró a este periódico Diann Rust-Tierney, directora del proyecto contra la pena de muerte de la Asociación Americana de Libertades Civiles, En los últimos 15 años, en los 36 Estados norteamericanos que aplican el castigo máximo, 1.176 sentencias han sido anuladas y 65 penas capitales conmutadas por cadena perpetua. Sesenta presos han muerto de causas naturales o asesinados en la prisión donde esperaban que llegara la hora de su última cena, y 33 se han suicidado en sus celdas. Treinta y tres es también el número de los condenados que tenían menos de 18 años cuando cometieron su crimen, una característica que, para algunos, les debería librar de la pena capital. Las cifras que engloban la situación de los condenados son más escalofriantes si se tiene en cuenta que cada número encierra una triple tragedia: la del ajusticiado, la de su familia y la de los familiares de sus víctimas.

Ken Robason lucha en contra de la pena de muerte desde que su hijastro, a quien adoptó cuando era un niño, mató a un amigo y a cuatro vecinos el 12 de agosto de 1982 en un ataque de esquizofrenia paranoica. La voz del señor Robason se quiebra cuando habla de su hijo Larry, a quien visita regularmente desde que fue condenado a muerte en Texas, hace nueve años. "En lugar de escondernos de la sociedad como hacen muchos de los familiares de los condenados por asesinato, mi mujer, Louise, y yo decidimos montar una organización llamada Hope, de ayuda a los presos". En opinión de este profesor universitario, el peor trago para quienes esperan a que su sentencia sea ejecutada, es que no saben en qué orden van a ser llamados.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Racismo blanco

Algunas organizaciones, como la Asociación Americana de Personas de Color, consideran que las estadísticas prueban un alto grado de racismo, sobre todo si se comparan los números y razas de víctimas y convictos. "La pena de muerte es un legado de la esclavitud, de la época cuando se linchaba a los negros que cometían ofensas contra los blancos", declaró a este periódico la directora de investigación del Proyecto contra la Pena Capital, Karima Wicks. De hecho, según el informe que Wicks ha elaborado y que cuenta con un gran prestigio entre los estudiosos de la pena capital, desde hace 15 años, de los 95 hombres blancos que han sido ejecutados, tan sólo uno lo fue por matar a un hombre negro. Por otro lado, 65 negros fueron ajusticiados por los asesinatos de 53 blancos, 28 personas de su misma raza, dos asiáticos y un hispano. En esta ocasión, la pólemica sobre la pena de muerte y sus ancestrales maneras de aplicación se produce en plena campaña electoral donde el alineamiento de los candidatos a favor de la misma puede ser clave para su éxito. El candidato demócrata y gobernador de Arkansas, Bill Clinton, interrumpió sus mítines para regresar a su Estado durante la ejecución de Ricky Ray Rector. La representante de la ACLU consultada por este diario manifestó que los políticos que apoyan la pena capital no son más que unos "manipuladores del miedo" que tratan de sacar provecho de la psicosis de seguridad de los individuos.

Otros representantes políticos como el gobernador demócrata e Nueva York, Mario Cuomo, que ha vetado repetidamente la reinstauración de la pena de muerte en el Estado que gobierna, cuestionan la aplicación de la medida en el Estado más populoso de EE UU: "Ahora veremos si este tipo de actuaciones hace que desciendan los índices de criminalidad en California".

Las voces que se oponen a la aplicación de la pena capital chocan frontalmente con los sentimientos de los norteamericanos que se sienten conmovidos por el dolor de los familiares de las víctimas. Para los allegados de los asesinados, asistir a la muerte del culpable es un derecho y una manera de presenciar en directo cómo se hace justicia. Sin embargo, la cercanía a la agonía del condenado, en lugar de aliviar, crea un gran impacto en aquellos testigos no implicados directamente en la tragedia. Tras presenciar en vivo los espasmos de agonía de Harris, el reportero Kevin Leary dijo: "No creo que vaya a poder seguir apoyando la pena de muerte. Lo que acabo de ver ha sido una tortura".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_