Curro toreó: ¡por éstas!
Curro toreó, y no es sueño ni ficción. Curro toreó, que yo lo vi. Curro toreó, además, como los ángeles, ¡por éstas que son cruces! Curro avanzó hasta los medios, llamó al toro, le hizo así y asá, se lo pasó por aquí y por allá, y cuando le fue a dar muerte (qué mala muerte le dio, por cierto), la plaza entera estaba de pie, algunos aficionados parecía como si se hubieran vuelto loquitos, algunos, hasta lloraban. Y no es sueño ni es ficción. Avanzó Curro hasta los medios, sí..., instrumentó unos ayudados de su marca, redondos un poquitín rápido, porque no quería estar cerca de los pitones; sólo lo justo. Luego la trincherilla, el cambio de mano. Y cuando desaceleró su corazón de artista, se echó la muleta a la izquierda y cuajó dos tandas de naturales, que allí quedaron para quien los pretenda mejorar. Dos tandas de naturales recreando aquel toreo inmortal que cada día convoca a los aficionados a las plazas por si algún vez llega alguien que sepa hacerlo y los vuelve a repetir. Cada día... ¡y de ésto hace ya un siglo!
Sepúlveda / Romero, Espartaco, Rincón
Toros de Sepúlveda, bien presentados (2º, sin trapío); flojos; varios, inválidos, sólo soportaron una vara; todos mansos; también descastados, excepto 6º.Curro Romero: golletazo infamante (algunos pitos); pinchazo, metisaca, dos pinchazos más y tres descabellos (gran ovación y salida al tercio). Espartaco: estocada corta (ovación y salida al tercio); pinchazo perdiendo la muleta, pinchazo y estocada corta pescuecera (silencio). César Rincón: pinchazo, estocada corta trasera tendida y descabello (ovación y salida al tercio); estocada y tres descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (vuelta). Plaza de la Maestranza, 26 de abril. Octava corrida de feria. Lleno.
Si el toreo hubiera consistido, un siglo atrás, en pegar pases al estilo de los que dan habitualmente las figuras, ni regalando la entrada convocaría a la afición. Cómo sustitutivo, bueno; puede valer. Espartaco dio algunos pases de esos a su primer toro, y la gente se los jaleaba. Pero después de producirse el toreo angélico de Curro, intentó repetirlos y le pidieron, por favor, que se retirara a sus cuarteles de invierno.
Dicen de la técnica... Espartaco y César Rincón hicieron uso de la técnica, la suya, que también es buena para andar por casa. Sin embargo para salir de casa y ascender a la gloria sólo vale el toreo bueno, el que Curro instrumentó: la muletilla adelantada, traerse el toro toreado, cargarle la suerte, vaciar donde es debido, ligar el pase. Esa es la técnica de torear, la única, si el toreo ha de interpretarse en su estricta pureza.
Espartaco, a un especimen flojucho, anovillado y manso corrido en segundo lugar, lo toreó por derechazos, tan aliviado, que entre el buey y su dilecta persona cabía otro buey. Por naturales sufrió enganchones y quizá no fuera suya toda la culpa, pues el novillote boyancón estaba molesto, punteaba y quería escapar al refugio de las tablas.
Toreo más centrado realizó César Rincón al tercero, otro buey, al que pisó los terrenos adecuados, tiró de él con temple, aguantó valerosamente sus parones y sacó faena de donde no la había. El sexto, en cambio, fue todo lo contrario: el toro se comía la muleta. Y pues en su voracidad podría haberse comido cuanto se le pusiera delante, César Rincón tuvo especial cuidado en guardar a buen recaudo la pierna contraria, que nunca adelantó, ni enseñó, no se fuera a encaprichar de ella el toro comilón. Dio numerosos derechazos aceleradísimo, algunos naturales destemplados, sufrió un desarme y, en realidad, no pudo con la casta vivaz del toro, quizá insuficientemente castigado en varas.
La voluntad sí se la agradeció el público de la Maestranza, que, además, estaba contentísimo, pues había visto torear a Curro. No en el primer toro, un morucho topón, al que Curro ejecutó sumarísimamente al amanecer. Sí en el cuarto. Lo del cuarto, quienes estuvieron presentes, ya tienen gloria bendita para recordar, y quienes no estuvieron, se lo perdieron. Quizá no se lo crean y entonces habrá que jurarles que es verdad. Pero mejor será no decirles nada. Para que no sufran, pobres.
Babelia
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