"Volveré cuando sea un garaje"
Nicolás Sánchez-Albornoz, de 66 años, trabaja en el despacho principal del instituto Cervantes, en Alcalá de Henares, desde hace siete meses. Regresó por la puerta grande a la ciudad en cuya cárcel empezó a cumplir seis años de condena por sus actividades en la Fundación Universitaria Escolar (FUE). "El fiscal pidió tres años, y me impusieron el doble". Era 1947.
Las obras del Valle de los Caídos habían comenzado siete años antes y ya estaba prácticamente terminada la excavación de la cripta, realizada a golpe de dinamita. "Hice varias gestiones para que me trasladaran a Cuelgamuros. Intuía que sería más fácil escaparse de un campo de concentración".
Sánchez-Albornoz llegó al valle en marzo de 1948. "Había tres destacamentos penales. En el que se ocupaba de la excavación de la cripta quedaban entonces unos 20 presos. El más numeroso era el que se encargaba de la construcción de la carretera. En éste habría entre 300 y 400, que realizaron el camino picando piedra, sin una máquina. Yo estaba en el que levantó el monasterio, y en él estábamos un centenar de presos".
Los manuales oficiales del Valle ocultan esta información, y en su puesto de recuerdos es imposible encontrar libros más críticos. Los secretos de la cripta franquista, del periodista Daniel Sueiro, o el que relata la fuga de Sánchez-Albornoz, escrito por su compañero de escapada Manuel Lamana, no se venden allí.
"No es una obra neutral"
A Sánchez-Albornoz no le preocupa tanto lo que se dice a los turistas como el olvido de la sociedad. "El Valle de los Caídos tiene un fondo oculto que debe conocer la sociedad española. Debe saber que no es una obra de arte neutral, que se utilizó mano de obra presa y que se invirtió mucho dinero; cientos de millones que fueron retraídos de necesidades más perentorias". El actual director del instituto Cervantes pasó cinco meses en una oficina. "Hacían recuento unas cinco veces al día: a pie de la cama, en el tajo, durante la comida... Con ellos se hacían planillos que se enviaban a Madrid. Si se encontraran, podría conocerse exactamente el número de presos que estuvieron allí".
Los presos redimían su condena en la obra. "También había criminales. En mi barracón estaba un mallorquín que asesinó a un italiano en un cementerio. Un hombre encantador".
Sánchez-Albornoz se escapó con Manuel Lamana campo a través un domingo de agosto, cuando la vigilancia se relajaba. Los barracones estaban protegidos por un cinturón de guardias civiles. En El Escorial le esperaban en un coche Francisco Benet y dos amigas extranjeras que desde París habían preparado la fuga. "Nos comunicamos por cartas en clave". El coche les dejó cerca de la frontera. "Intentamos cruzar por la noche y a pie, y durante dos días estuvimos perdidos". Al tercero decidieron pasar la frontera de día.
"No volveré hasta que no cambie de destino ¿qué se puede hacer con un agujero?
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