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Hassan no entiende, señorita

Padres y profesores de una escuela de Villaverde facilitan clases de castellano a 21 niños inmigrantes del distrito

Mahmud Nadir tiene 12 años y es marroquí. Hace siete meses llegó a Madrid con su familia y algunos lápices de colores. Nunca olvidará su primer día de clase en el colegio República de El Salvador, en Villaverde Alto. Ni él ni otros 20 niños magrebíes, polacos, chinos y rusos escolarizados en la zona sabían una palabra de español. Padres y profesores plantearon el problema en las reuniones de coordinación educativa del distrito. Y por fin llegó la solución, pero no de la mano de la Dirección Provincial de Educación. Desde febrero, tres religiosas de la delegación diocesana de inmigración (ASTI) les dan clases de castellano.

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Un problema imprevisto

"Seño " es la palabra que mejor conocen. Aunque también dominan, según lamentan sus profesores, un amplio repertorio de palabrotas que escuchan por la calle. Miguel, un polaco de 10 años, sabía un poco de castellano. Otros no tenían ni idea, como Ye Jian Ju, un niño de origen chino; Ana, una pequeña nacida en Rusia, y los hermanos Nadir: Mahmud, Jassir y Medir. Miguel -el polaco- y Mahmud están sentados juntos en la clase de castellano. Los dos dibujan uno de los nuevos conceptos aprendidos y comentan con su profesora las costumbres de otros países. Miguel explica muy serio que "en Africa la gente lleva turbantes". Ante la cara escéptica de la maestra, añade el argumento definitivo: "Me lo ha contado mi padre, seño".

Mahmud, más conocedor de las costumbres africanas, asegura que no, que en Casablanca ni su mamá ni las vecinas llevaban turbante. "En casa mi madre se pone una pata", añade. "¿Una qué Mahmud?", le preguntan con incredulidad. "Ah, no, una bata". Aún confunde las pes y las bes, pero con su carácter dicharachero no para de hablar. Cuenta que en su aula han plantado un árbol, que su hermano quiere ser doctor y que a él le gustaría hacer el ayuno del Ramadán pero que todavía es pequeño. Hace cinco meses esta conversación era impensable.

Las clases de castellano se celebran en tres centros: el República del Salvador, el Ciudad de los Ang eles y el Antonio de Nebrija. Una veintena de niños inmigrantes, divididos en tres grupos, acuden a ellas. Se reúnen dos días por semana fuera del horario lectivo.

El problema fue puesto en conocimiento de la dirección provincial de Educación en el primer trimestre del curso 1991/1992. Padres y profesores habían planteado ya la situación en la mesa de coordinación educativa del distrito, a la que asisten miembros dela inspección del Ministerio de Educación y Ciencia.

En Navidades todavía no existía una solución. Los niños iban aprendiendo castellano a salto de mata. Entonces la presidenta de la asociación de padres de alumnos del República del Salvador, Carmen Arroyo, propuso solicitar ayuda a la delegación diocesana de inmigración. A todo el mundo le pareció bien, los contactos dieron su fruto y en febrero comenzaron las clases.

La experiencia está coordinada desde la Junta de Villaverde. Dolores Martín, la encargada de educación de la Junta, asegura que "sería mejor contar con un profesorado de apoyo que estuviera integrado en el proyecto docente de cada centro, pero era precisa una solución rápida".

Padres y profesores están contentos. Pero sólo a medias. Carmen Arroyo, presidenta de la asociación de padres de alumnos del República del Salvador, lo explica así: "No deja de ser un parche porque es el Ministerio el que tenía que encargarse".

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