Soga, cianuro y sotana
El proceso por la bancarrota del Banco Ambrosiano se inició el 29 de mayo de 1990, tras ocho años de investigaciones, comenzadas a raíz de empezar la liquidación del banco milanés, dispuesta 50 días después de la misteriosa muerte de su presidente, Roberto Calvi, quien apareció ahorcado en el puente de Blackfriars, de Londres. Nadie cree que se suicidara, como tampoco se piensa que su amigo y socio Michele Sindona, banquero siciliano responsable de tantas quiebras, se bebiera, en 1986, el café con cianuro que acabó con su vida en la cárcel.El Ambrosiano, la mayor bancarrota sufrida jamás por un banco italiano, resultó ser un caldo de cultivo en el que se entretejían las relaciones de Mafia, finanzas, política, servicios secretos y el Vaticano. Cabeza visible fue Roberto Calvi, quien en Suramérica, Suiza, China y a través de las sedes del banco en el extranjero, efectuó operaciones como transferir cifras astronómicas a cuentas secretas -que luego resultaron pertenecer a Licio Gelli, el mafioso Pippo Caló, Francesco Pazienza, Flavio Carboni o Umberto Ortolani-, sostenimiento de operaciones bancarias ambiguas y compra de periódicos.El Vaticano se vio envuelto en el escándalo a través del presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR) (el banco del Papa), el arzobispo Paul Marcinkus, a quien Calvi pidió avales y recomendaciones que le fueron concedidos. Estos avales, a través de bancos fantasmas, operados por Calvi, que ofrecía al IOR altísimos rendimientos, implicaron al banco del Papa por 1.200 millones de dólares, de los que luego, en 1984, restituyó 250.
Si Marcinkus y los dos administradores del banco vaticano, Menini y De Strobel, se libraron de ser procesados, pese a las órdenes de captura de la magistratura italiana, fue porque la Santa Sede alegó la extraterritorialidad del IOR.
En 1990, Marcinkus fue relevado y dijo que volvía como párroco a su Chicago natal.
El gigante en clergyman, como fue llamado por su 1,90 de estatura, dejaba atrás el mayor escándalo financiero en el que la Santa Sede haya estado implicada y unas declaraciones en las que aseguraba que el Vaticano es un barrio de lavanderas. Dejaba también atrás toda posibilidad de un capelo cardenalicio, en cuyo escalafón fue saltado ostensiblemente por su antiguo valedor Juan Pablo II.
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