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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El gran bolero de Hortelano

Quisiera contribuir al homenaje a Juan García Hortelano a mi modo. Le conocí en el Ritz de Barcelona el día de la presentación de su libro Gramática parda, de la que yo tenía que informar para mi periódico. Había lleno completo y sobresalían las figuras de Carlos Barral, con capa española; Beatriz de Moura, de esmoquin, y Jorge Herralde, de incógnito. Corrían ríos de alcohol y buenos canapés, al son de una orquesta camp en vivo. Fue la única presentación de libro en la que no estuve a punto de perecer de aburrimiento, ese tormento propio de los humanos que, según Giacomo Casanova, Dante olvidó al describir los tormentos del infierno. Sonó un bolero y saqué a bailar a Herralde, quien se puso como la grana y se disculpó. Barral giraba aún vertiginosamente a ritmo de vals con su ágil pareja, como un conde Drácula en noche de juerga, y Juan Marsé lo observaba todo con sorna detrás de su whisky. Entonces, un señor bajito y rechoncho se acercó y exclamó: "¡Es que los jóvenes no servís para nada! ¿Me permite?", me tomó galante del brazo y bailamos un bolero años cincuenta en toda regla. En los últimos compases me apretó contra él, me besó levemente y me susurró: "Rejuvenezco 20 años. Mucho gusto".Era Juan García Hortelano, el objeto de la fiesta, claro, y lo estupendo es que nunca supe si era un cincuentón cachondo que practicaba todas las maniobras típicas de acercamiento en el baile de los domingos o se divertía haciendo una imitación perfecta del personaje. O ambas cosas a lavez. Me enamoré de él y jamás volví a verle. Informé objetivamente (o sea, descarnadamente y sin alma) del evento y hoy quiero sacar a flote, contra la muerte, una porción de vida que entonces no pude contar porque no era de recibo.

He leído todos los libros de Juan, o no podría titularme periodista de la sección de cultura, pero no se trata de eso. Lo que hoy quiero decir es que la muerte carece de poder para borrar el recuerdo del contacto de un cuerpo vivo y cálido bailando El gran bolero de Juan Garcia Hortelano. El gusto fue mío, Juan-

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