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Tribuna
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La ambivalencia de los británicos

Para los estudiosos de los sondeos de opinión, los resultados de las elecciones generales en el Reino Unido constituyeron una sorpresa. Pero no para los estudiosos de la historia. A lo largo de la campaña electoral y durante las semanas previas, los sondeos indicaban una reñida carrera, con una ligera ventaja del Partido Laborista (PL). Sin embargo, el jueves, cuando tuvieron lugar las auténticas elecciones, los conservadores de John Major, que luchaban por la reelección desde el fondo de una prolongada recesión económica, registraron sorprendentemente el mismo porcentaje de voto popular que obtuvo Margaret Thatcher en las condiciones de expansión económica de 1987 y finalizaron aventajando en nada menos que ocho puntos a los laboristas.Las encuestas de opinión estaban equivocadas. La razón es algo más que una cuestión técnica para las organizaciones de sondeos, las cuales, según se estima, cobraron a periódicos y otros medios de comunicación 500.000 libras esterlinas por sus confusos servicios. Si las encuestas se equivocaron fue porque no lograron captar la profunda ambivalencia del público británico.

Por una parte, se sentía irritado y disconforme con el Gobierno, herido por la recesión y los elevados tipos de interés que contribuían a prolongarla, preocupado por el creciente desempleo, y aún conservaba el resquemor de la injustica del poll tax de Thatcher. Por otro, tenía escasa confianza en la capacidad de los laboristas para impulsar una mejor política económica.

Ganar una elección desde el punto más bajo del ciclo económico es una rara hazaña para cualquier Gobierno. A medida que la recesión económica se extiende en Europa vemos cómo los políticos en el poder sufren problemas electorales en todas partes: en Francia, Alemania e Italia. ¿Por qué John Major se ha salvado? La explicación tiene que encontrarse en el PL y en el sistema electoral mayoritario.

Aunque ha modificado la mayor parte de sus posiciones radicales, abandonando las políticas socialistas y el aislacionismo frente a Europa que defendía en los años ochenta, el PL sigue siendo un partido que defiende los intereses de los productores, unido por un cordón umbilical a los sindicatos, con la decreciente base de su poder concentrada en las áreas centrales de las ciudades y en las decadentes regiones industriales del norte. En el Reino Unido, el sistema electoral mayoritario impide que la protesta frente a la lentificación del crecimiento económico y la obsolescencia de la democracia social se manifieste de forma similar. Ideado para discriminar a los partidos minoritarios y evitar las coaliciones gubernamentales, ese sistema obliga a los votantes, bien a elegir entre dos males -pues así es como muchos ven la opción- o, como hicieron unos seis millones de personas el jueves, a expresar su protesta votando al tercer partido del sistema, el Partido Liberal-Demócrata.

El resultado de la elección abocará a los laboristas a otra agonía de reevaluación en su búsqueda de un futuro. Kinnock abrirá ahora el camino a un sucesor que pueda continuar el proceso de revisión ideológica y reforma institucional.

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Futuro de la Izquierda

En el fondo de esta difícil situación hay una cuestión que se cierne sobre todo el continente europeo: ¿qué viene después de la socialdemocracia? Por primera vez después de la Revolución Francesa, la izquierda no tiene un proyecto claro. A medida que las clases trabajadoras ascienden a la clase media, dejando tras de sí las minorías deprimidas, ¿qué base electoral les queda a los antiguos partidos de la izquierda?

Mientras se evalúan estas grandes cuestiones, el Reino Unido, bajo Major, puede albergar la esperanza de disfrutar de un Gobierno moderado y eficaz.

Europa, por su parte, puede esperar que el Reino Unido se sitúe con mayor empuje en el "centro de los asuntos comunitarios". Esto incluirá, casi con certeza, la plena participación en la unión económica y monetaria. Pero no supondrá el abandono por el Reino Unido de su compromiso con un mercado abierto y el libre comercio de la CE, ni sucumbir a las tentaciones del federalismo extremo.

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