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Reportaje:

Shanghai, donde China se hace futuro

La más maldita de las metrópolis del Pacífico pugna por recuperar su esplendor

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIAL, Shanghai, la magnífica metrópoli china donde la alta burguesía local gustaba de recitar a Esopo en francés y calzaba bombín en los cafés del puerto, reclama medios para recuperar su antiguo lustre al amparo de la nueva apertura económica. Shanghai, en cuyos casinos y burdeles de lujo los mercaderes europeos de 1932 cerraban con opio y refinamiento los mejores negocios de Asia, fue castigada por Mao Zedong y sacrificada después por Deng Xiaoping.

Suficientemente penada, el Gobierno ha prometido ante la Asamblea Nacional, reunida los pasados días en Pekín, acelerar un faraónico proyecto de 300.000 millones de dólares para recuperar el esplendor de la ciudad más poblada, orgullosa y maldita de China, cuna precisamente del Partido Comunista Chino (PCCh). Aquí se celebró, en 1921, su primer congreso."Shanghai la hicimos nosotros, los europeos", subraya con pasión un diplomático francés. "Cuando los milicianos comunistas entraron en la ciudad el 24 de mayo de 1949 intentaron acabar con todo vestigio occidental. Quisieron incluso demoler muchos de sus edificios".

Casi medio siglo después de la retirada japonesa y la derrota del Gobierno nacionalista, instalado ahora en Taiwan, los 13 millones de habitantes de Shanghai comprueban que el sureste costero se desarrolla rápidamente mientras gran parte de su base industrial y de servicios permanece detenida en los años treinta.

En la orilla oriental del río Huangpu, cuyas aguas navegan champanes y barcazas de bambú, cargueros y grandes buques de pasajeros, se impacienta una ciudad cuyo renacimiento industrial y financiero demostraría si es posible en China un socialismo de mercado bajo el control del régimen comunista.

Apuesta arriesgada

La apuesta es arriesgada, y el Gobierno ha elegido para su nuevo experimento capitalista la orilla occidental: Pudong, una periferia de industrias siderometalúrgicas y petroquímicas sobre el delta, de 365 kilómetros cuadrados y un millón de habitantes.Con un 1% de la población nacional, esta ciudad, donde los tranvías urbanos, el bronce de sus hoteles belle époque y los retretes de sus cuchitriles arrabaleros recuerdan un pasado cosmopolita de riqueza y pobreza extremas, proporciona un 7% del producto nacional bruto. Pero Pekín siempre receló del poderío de Shanghai, incluso en 1911, año en que los revolucionarios que acabaron con la dinastía imperial Ching establecieron en ella su cuartel general.

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Un periodista de un medio oficial afirma que los shanghaineses están disgustados con el olvido del Gobierno y su retraso en favorecerles con una zona de libre comercio después de haber contribuido generosamente a la hacienda del Estado. "Pudong es el futuro en las dos próximas décadas, pero no todos están seguros de poder disfrutarlo o de que llegue a consumarse".

Los excesos de Shanghai, donde la iniciativa privada operó varios años después de su toma por los regimientos de Mao, fueron purgados, y la ciudad recibió su primera vara de castigo cuando la Revolución Cultural de mediados de los años sesenta decidió aplicar en esta ciudad sus lemas más radicales. De hecho, tres de los cuatro miembros de la banda de los cuatro fueron activos miembros de la clandestinidad comunista en el emporio coloniaI.

Los guardias rojos entraron a saco, aplastaron cualquier devaneo, y la industria pesada, acompañada por cientos de miles de obreros, fue trasladada a Shanghai para extirpar de raíz la filosofía mundana y liberal de enclave portuario.

Cuando Deng Xiaoping, detractor y una de las víctimas de aquella salvaje revolución, sustituyó a Mao en el año 1977, aisló de nuevo a la ciudad que el fanatismo había convertido en su bastión y decretó una gravosa recaudación de sus ingresos productivos. No fue hasta principios de año cuando el anciano líder pareció sellar la paz con una simbólica visita.

Arnaldo Berluzzi, un italiano director general del Crédit Lyonnais en Shanghai, piensa que pese a todas las adversas circunstancias esta capital conserva una gran parte del liderazgo que secuestró Pekín a golpe de doctrina e impuestos. "Incluso las empresas estatales más rentables están aquí. En el sureste funciona la industria ligera, pero el peso pertenece a Shanghai".

El diplomático francés va más allá en su defensa. "Fue en tiempos la única ciudad china, lo demás eran entonces cloacas". La comunidad extranjera, que en tiempos controló su economía, apenas llega ahora a las 2.000 personas, en su mayor parte ejecutivos y japoneses.

Cenas, ópera, tenis y golf para los privilegiados que pueden pagar 12 millones de pesetas por el carné de socio del club establecido por un grupo nipón ocupan el ocio de estos pioneros que confían en un regreso, actualizado, a la opulencia anterior a la guerra chino-japonesa de 1937.

Pocos nuevos ricos

Modernos hoteles, rascacielos de oficinas entre residencias de arquitectura de principios de siglo y cursos acelerados de inglés forman parte de la avanzadilla del prometido progreso. Un comerciante sueco, en el microbús de camino hacia el aeropuerto, recuerda el paso del tiempo. "Vengo a Shanghai desde hace 17 años. En el primer viaje me prepararon una visita al zoológico. Tenía gran curiosidad por ver el panda gigante. Todavía me acuerdo cuando yo miraba al panda y 200 chinos me miraban a mí".Muy lejos todavía del cuerpo de ejecutivos de Cantón, los nuevos ricos constituyen un reducido sector de propietarios de restaurantes o pequeños comercios, pero en las calles del centro urbano se observa una vida de la que carece Pekín.

El partido distribuye discrecionalmente las libertades, y la discrepancia pública no existe porque se reprime, pero los grandes almacenes y las calles principales, alumbradas con la profusión de luces que distingue a las grandes ciudades de los países petroleros del Oriente Próximo, son un hervidero.

China es un país con unas grandes reservas de ahorro, y la actividad compradora parece atestiguarlo en Shanghai. La comida, fundamentalmente los vegetales, no faltan, y el número de automóviles crece poco a poco.

La fascinación por lo occidental es todavía grande, "pero podemos cerramos al mundo y no pasa nada", según un anciano chino que se identifica como científico en viaje a Suiza. Un bromista local demostró que Estados Unidos, concretamente, tiene un fuerte gancho entre los jóvenes. Li Naichey se anunció en el diario Liberación como apuesto ejecutivo con pasaporte norteamericano en busca de amiga, menor de 25 años, bonita y decente. "Lo hice únicamente por divertirme, pero recibí más de 2.000 llamadas".

Baile de gala

Shanghai parece dispuesta a participar en la carrera hacia el progreso que degustaron a manos llenas los más emprendedores o los más ladrones. De momento, un moderno aventurero australiano, Ted Marr, recuperé este sábado en los nostálgicos salones del hotel de la Paz ese boato con un baile de gala de 500 parejas jóvenes, ricas, frívolas, simpáticas y un poco estúpidas de Hong Kong, Europa y EE UU."Nos lo pasamos de maravilla. ¡Divino!".

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