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Los Verdes franceses desean prohibir los coches en las ciudades y cerrar las centrales nucleares

Si los ecologistas accedieran al poder en Francia, algunas de las primeras cosas que harían sería impedir el tráfico automovilístico privado en el centro de las ciudades y detener la construcción de centrales nucleares, autopistas y líneas del tren de alta velocidad. Son medidas apoyadas, a tenor de los resultados de las elecciones regionales del pasado 22 de marzo, por al menos el 13,9% de los franceses. Los ecologistas agrupados en dos grandes movimientos consiguieron ese resultado con un programa que se resume en la fórmula: "La felicidad se mide por el tiempo libre".

El pasado 24 de febrero, Los Verdes, uno de los dos movimientos que se han repartido el importante pastel de votos ecologistas, presentaron su programa. "Las decisiones en materia económica", proclamaban, "tienen que estar subordinadas a razones sociales y consideraciones morales y estéticas". La filosofía ecologista, añadían, es "antiproductivista" y opone los criterios de "autonomía, solidaridad y responsabilidad" a los de "crecimiento a toda costa".En una situación de crisis moral nacional, ese discurso ha permitido a los ecologistas obtener un resultado histórico en un país latino: 6,8% para Los Verdes y 7,1% para Generación Ecología. La conversión del socialismo francés en un mero gesto del sistema de economía de mercado y su incumplimiento de las promesas de mayor justicia social y mayor moralidad en los asuntos públicos habían dejado un amplio espacio al idealismo. El ecologismo se convirtió en el heredero del deseo de "cambiar la vida".

Los Verdes proclaman sin ambages que quieren una Francia diferente. Proponen la suspensión de la construcción de cualquier nueva central nuclear y el abandono definitivo de esta forma de energía en un plazo de 10 años. También defienden los transportes colectivos frente a lo que llaman "dominación tiránica del automóvil privado". Son partidarios de "planes globales de desplazamiento" en las ciudades que, como ya se está haciendo en Estrasburgo, dificulten o impidan el tráfico particular y privilegien el caminar, la bicicleta y los tranvías. Son contrarios a la creación de nuevas autopistas y nuevas líneas del tren de alta velocidad.

Las gentes del alsaciano Antoine Waechter tienen también un programa economico y social con medidas concretas, como reducción de la semana laboral a 35 horas, generalización del año sabático y creación de impuestos sobre el consumo de energía y la producción de basuras. Se definen por el eslogan: "Ni derecha ni izquierda", pero eso no quiere decir que aspiren a ocupar el centro del espacio político. Tienen una serie de cosas muy claras y eso les sitúa más bien en el campo radical. Están por el abandono de la fuerza nuclear francesa; son regionalistas; defienden la solidaridad con el Tercer Mundo y combaten el racismo del Frente Nacional. El reparto del trabajo les parece la única solución al paro.

Generación Ecología, el grupo liderado por el ministro del Medio Ambiente, Brice Lalonde, es más moderado. Lalonde predica un ecologismo "realista" y "responsable", y se declara partidario de no construir más centrales nucleares, pero no de cerrar las existentes, al menos por el momento. En materia de transporte urbano, no está contra el automóvil, pero propone que el Estado ayude a generalizar los coches eléctricos. Defiende la reducción del tiempo de trabajo, pero "sin cargas suplementanas para las empresas".

Simpatías generales

Una encuesta publicada por Libération afirma que el 84% de los franceses simpatiza con los ecologistas, aunque, por el momento, sólo un 13,9% haya materializado esa simpatía en las urnas.Los dos grupos ecologistas franceses se han beneficiado del rechazo popular de las prácticas de los políticos tradicionales de derecha e izquierda, y también de la creciente angustia ante el deterioro del medio ambiente nacional y planetario. El movimiento ecologista nació en 1971, cuando el Gobierno de la época quiso ampliar el campo militar de la meseta de Larzac. Trescientos agricultores y pastores se negaron a vender sus tierras al Ejército y en todo el país se crearon comités de apoyo a esa actitud.La marea negra provocada en las costas bretonas por el hundimiento, en 1978, del Amoko Cádiz; la preocupación ciudadana por el agujero en la capa de ozono; el miedo a accidentes como el de la central nuclear soviética de Chernóbil, y los gritos de alarma del comandante Jacques-Yves Cousteau sobre la agonía de los bosques y los océanos, han sido otros tantos factores que han llevado a los franceses a pensar que los ecologistas no son sólo unas gentes simpáticas, sino una fuerza imprescindible para la salvación de su país.

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