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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El arcipreste

EL ARCIPRESTE de Irún, detenido bajo la acusación de haber dado cobijo a dos activistas de ETA que acababan de asesinar a tres personas, no es un cura de aldea, sino una autoridad eclesiástica de la diócesis de San Sebastián. La justicia habrá de sopesar en su día las circunstancias del hecho por el que ha sido detenido, pero siempre de acuerdo con la ley civil, no con interpretaciones de las bienaventuranzas u otros textos bíblicos. Sin salirse de los límites de una moral laica, podrá tal vez alegarse que no es lo mismo prestar colaboración para cometer un crimen que ayudar a escapar al criminal cuando el mal por él causado ya no tiene remedio; pero también cabe argumentar que colaborar en la huida de quien se dedica a matar implica consentir con la realización probable de nuevos asesinatos por parte de esa persona.Tal vez a un sacerdote puedan aplicársele las mismas atenuantes que se reconocerían al familiar que no entrega a su pariente a la policía; pero entre denunciar al que huye y darle cobijo caben seguramente otras alternativas. En fin, el hecho de que el arcipreste haya reconocido haber dado protección hace años a otro activista es un dato que habrá de ser investigado para dilucidar el carácter accidental o no del episodio por el que ahora se le acusa de colaboración con banda armada.

La circunstancia de que el sacerdote comunicara lo ocurrido al vicario de la diócesis, tal vez buscando cobertura moral ante un hecho cuya gravedad no podía ignorar, puede ilustrar sobre la psicología del arcipreste, pero ni agrava ni disculpa su responsabilidad. Por ello mismo, tampoco extiende la presunta culpabilidad a otras personas: parece poco razonable considerar al vicario y, si éste lo comunicó a su superior, también al obispo corresponsables de esa colaboración con banda armada por el hecho de no haber llamado a jefatura para denunciar a su subordinado. Mientras los jueces no se pronuncien, dar por sentada esa implicación, acreditando la idea de que las dos autoridades máximas de la Iglesia en Guipúzcoa son colaboradores de ETA, sonará tan bien a los oídos de los terroristas como a otras personas amantes de las emociones fuertes. Pero no corresponde a la realidad.

Esa afición a lo apocalíptico está oscureciendo el verdadero papel de la Iglesia vasca en relación al terrorismo. No es cierto que esa institución no condene la violencia. La condena tanto como suelen hacerlo los políticos nacionalistas. Pero ni un milímetro más.

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El reproche que podría hacerse a los obispos vascos no es el de apoyar a ETA, cuyos atentados siempre han rechazado, sino de falta de valor para ir algo más allá del consenso establecido entre sus feligreses respecto a los términos en que ha de producirse esa condena: unos términos que permitieran interpretaciones de la violencia de ETA como respuesta (equivocada en los medios) a una tal violencia institucional y a ciertos vicios de origen de la democracia española (que sobreviven a más de una docena de elecciones).

Es cierto que se ha producido una cierta evolución entre las pastorales de fines de los setenta -que trivializaban el terrorismo hablando de la "invasión de la pornografía" como una de las causas del clima de violencia- y las más recientes. Pero todavía en junio del año pasado, con motivo de las muertes de los activistas que habían provocado la matanza del cuartel de Vic, el obispo de San Sebastián advertía que "una cosa es la condena clara de la violencia de ETA y otra distinta si esa condena implica el desconocimiento de una problemática política". En otro escrito más reciente se establecía una simetría entre los que "aceptan la legitimidad de las instituciones" y quienes las rechazan por considerarlas "viciadas de origen", propugnándose una convergencia entre ambos campos. Por ello, sería faltar a la verdad ignorar que la voluntad de no ofender a nadie se traduce con frecuencia en ofensas a las víctimas: difícilmente podrían entender éstas el contraste entre la sensibilidad con que se someten a escrutinio los posibles motivos de los violentos y, por ejemplo, la inasistencia sistemática de los pastores a los funerales por los policías y guardias civiles asesinados en tierra vasca.

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