Birmania, al toque de corneta
El Ejército se atribuye la salvación del país que arruinó, después de ignorar los resultados de las elecciones del 1990
Una junta cuartelera y mentirosa arruina Birmania al toque de corneta y ahoga en sangre cualquier demanda de democracia. En esta nación indochina de pagodas maravillosas, el miedo y la amenaza amodorran a sus gentes, y hace años que el fatalismo parece haberse adueñado de sus vidas. Muy lejos de Rangún, en los callados corredores de un templo budista, un joven birmano con empleo oficial parece asombrarse de su propia audacia cuando dice: "Yo también escucho la BBC, y estoy harto de este régimen".
Han transcurrido casi dos años desde que los generales del Consejo de Estado para la Restauración de la Ley y el Orden ignoraron los resultados de las elecciones generales de mayo de 1990, primeras después de cerca de tres décadas de autoritarismo uniformado. Los militares encarcelaron a los principales dirigentes de la Liga Nacional para la Democracia, que, liderados por la ganadora del Nobel, Aung San Suu Kyi, obtuvieron 392 de los 485 escaños parlamentarios.Impera el orden en este vergel de 42 millones de habitantes desde que en septiembre de 1988 los fusiles de asalto de una soldadesca con economatos y mejores viviendas impusieron la paz de los cementerios en las calles de la capital. La pasividad o complicidad de los países vecinos, más interesados en el crudo birmano y en los incentivos a la inversión, así como la escasa relevancia geopolítica del país, han permitido a la junta actuar sin contemplaciones contra la disidencia.
"Se aprovechan también de que somos budistas y pacíficos. No pierden ocasión de agasajar a los monjes, y de cuando en cuando les regalan un Toyota", afirma el joven que en los altares de un templo de Pagán confesó su empacho militarista. Patrullas de soldados limpiando las pagodas de esa población del norte certifican este interés de la junta por los monjes de una nación donde el 80% de sus habitantes profesa el budismo.
La pobreza de un país rico
"No pasamos hambre porque el sector agrícola es rico y hay comida para todos, pero la vida es cada vez más difícil", añade. Birmania, con ingentes y mal administrados recursos en petróleo, gas, minerales, piedras preciosas y pescado, no ha conseguido salir de la pobreza, y la inflación sube, pese a que en sus ciudades no se observa la miseria de Bangladesh. La mortalidad infantil es de 59 niños por cada 1.000 nacidos, y por cada 3.485 personas se dispone de un médico, las tasas más desfavorables del sureste asiático después de Laos y Camboya, según datos de organizaciones internacionales.Las escuelas y universidades han cerrado en este caluroso verano de marzo, y, en los cafetines y puestos de venta de la capital, los silencios, las risas y la desconfianza de quienes mercadean con telas, libros usados o plátanos fritos, indican que el escrutinio de los votos de hace dos años recogió el sentir de la sociedad birmana. Los ojos, los movimientos de cabeza, los gestos y los chapurreos en inglés descalifican a sus usurpadores.
"Sólo son un 20%, pero con mecanismos suficientes como para controlarnos a todos los demás", viene a decir uno de los vendedores. Rótulos y banderas arriadas señalan en algunos barrios las sedes de la Liga Nacional para la Democracia, donde algunos de sus miembros se reúnen todavía, más para tomar un té que para organizar revueltas.
U Thein Han, embajador birmano en Tokio, dice que el Consejo de Estado para la Restauración de la Ley y el Orden "ha debido reasumir sus responsabilidades debido a inevitables circunstancias, pero su intención es transferir el poder al pueblo". Según el diplomático, el traspaso de poder se efectuará tras la redacción de una nueva Constitución, y cuando haya garantías de que no se reproducirán "los actos de vandalismo de 1988".
No hay ningún plazo fijado para el cumplimiento de este propósito, que en Rangún se considera embustero. "Como dice Buda, nada en esta vida es permanente. Somos parte de un ciclo", se consuela el joven que en una de las 2.300 pagodas milenarias de Pagán maldijo a la junta y soñó con una moticicleta japonesa.
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