EL SILENCIO DE LOS VECINOS
LA IMAGEN de unos adolescentes prendiendo fuego a un autobús en el bulevar donostiarra, ante el silencio resignado de los vecinos, es el último eslabón de una cadena que comienza lejos de allí: en el sanedrín en que se deciden los atentados de ETA. Pero los terroristas profesionales trabajan en la sombra. Su brutalidad sólo se hace visible como noticia: por las fotografías de las víctimas. Para traducir el temor que provocan en sumisión de la mayoría se precisa la mediación de grupos civiles capaces de dominar la calle: ésa es la forma que siempre han utilizado las minorías violentas para compensar su inferioridad electoral. Que los ciudadanos se sepan humillados, reducidos al silencio, paralizados por unos casi niños vociferantes. Así ocurrió en la Italia de Mussolini, y luego, en otras muchas partes.Según un estudio difundido el pasado año, en 1990 ETA realizó 125 atentados (con 25 víctimas mortales). En el mismo periodo se registraron en el País Vasco otros 294 hechos violentos atribuidos a grupos radicales: incendios de vehículos, ataques a oficinas bancarias, destrozos en instalaciones públicas. Un promedio de 2,4 acciones de ese tipo por cada atentado de ETA.
Por su parte, y según informó el portavoz del Gobierno Vasco el pasado 5 de noviembre, los actos de violencia que tuvieron como objetivo propiedades públicas, especialmente trenes y autobuses, registrados en Euskadi entre 1985 y 1991 ocasionaron pérdidas por un importe de 1.300 millones de pesetas. Tan sólo en Bilbao, entre 1973 y 1991, un total de 96 autobuses urbanos han sido totalmente destrozados, y otros 531 dañados. Tras ofrecer esos datos, el gerente de Transportes Colectivos de Bilbao declaraba hace cuatro meses: "Con un solo viajero que se negara a bajarse evitaríamos que quemasen los autobuses".
En Donosti, o en Alabama, el fuego ha fascinado siempre a los grupos violentos. El fuego es visible a larga distancia, y el destrozo que provoca es irreversible: de ahí la atracción que suscita en quienes buscan su autoafirmación mediante la fuerza bruta. Los incendiarios agrupados en cuadrilla se creen irresistibles, pero sólo lo son en la medida en que cuentan con que nadie les hará frente.
El gesto del alcalde de San Sebastián, saliéndoles al paso para llamarles cobardes no tuvo el empaque de los actos heroicos. Su figura desmañada, escasamente aguerrida, con la gabardina torpemente esgrimida a modo de escudo, no inspirará sentimientos épicos. Pero es esa misma condición de gesto al alcance de cualquier ciudadano lo que le otorga carácter de ejemplo: de dignidad y valor cívico.
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